“(…) si usted me preguntara: ¿acaso creo en los gnomos?, ¿en los duendes? le digo que sí sin ninguna duda, porque me consta que existen, me consta la existencia de mundos paralelos que si ustedes quieren desde este mundo podemos llamarlos mundos mágicos (…) Son mundos con los cuales nosotros nacemos comunicados, pero nuestra formación inteligente y nuestra sociedad formalmente inteligente le preocupa de que lo antes posible y con la mayor velocidad el niño pierda los contactos con que viene con todos esos mundos paralelos (…)” (aparte de la conferencia sobre el acto creativo de Manfred Max-Neef, 1991)
Mágicos también
son los mundos del juego y el amor. Una dimensión sin tiempo ni espacio, de
presente infinito, sin condiciones. Por eso cuando los amigos se separan y se
encuentran muchos años después, retoman el punto donde se quedaron, no hay
añoranzas ni lamentaciones por el tiempo pasado, la amistad es un continuum y
así, también, las otras expresiones de amor verdadero que a veces son más
difíciles de mantener porque las contaminamos con las condiciones que nos
impone el consumo que dictan las modas y los tiempos perentorios del mercado.
Cualquiera puede
conectar con los mundos mágicos que resultan siendo una conexión con su propia
alma. Es una entrega incondicional, pura y sin chantajes emocionales; para ello
no es necesario entregarse a una secta religiosa, quemar la casa, regalar todos
los bienes o vivir con una persistente sonrisa buscando agradar a todos todo el
tiempo.
Lo que somos es
una parte ínfima del universo y debemos aprovechar el potencial para
comunicarnos con otros mundos para hacer de nuestra vida en este mundo algo
mejor.
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