“una hebra de cabello adorna mi cuerpo, una hebra de cabello adorna mi alma, ¡ay ve!, mi primera cana, noticias de mi vejez”. Así anunciaba el popular cantante Diomedes Diaz su descubrimiento de que ya no era un joven. Siempre es importante saber cuál es el lugar de uno en el mundo, para actuar de acuerdo con su condición biológica y biográfica, es decir de acuerdo a su edad y sus roles pues no hay cosa más ridícula que un viejo con ínfulas de jovencito.
Hay muchas
maneras de advertir que uno se está volviendo viejo; bien sea por el tipo de
ropa que se usa, o por los gustos musicales, o por la poca destreza en el uso
de aparatos tecnológicos y la ignorancia plena de los video juegos, pero todo
eso son cosas de apariencia o que se pueden disimular como el dolor en las
rodillas o la necesidad de tomar sopa en el almuerzo.
Sin embargo, hay
un síntoma que me parece más de la esencia y sobre el que uno casi nunca se
percata y tiene que ver con el tipo de respuesta a una pregunta simple. Una
persona joven solo responde lo que le preguntan y si puede con un monosílabo
mejor; en cambio aquel que ya está abandonando esta condición, antes de
responder quiere poner todo en contexto, tiene una anécdota para contar y
divaga en los recuerdos que se concatenan unos con otros indefinidamente…como aquella
vez que estando en una clase el profesor nos puso a hacer una exposición sobre la
historia del chocolate y un compañero llevó una torta que, a propósito, estaba
muy rica, como la que comimos el día del cumpleaños de Juancho, que fue cuando
julio se cuadró con Martha; yo a ella la conocí desde que tenía como quince
años era bonita como la mamá…si ven ya me perdí en el relato.
Así que, para no
ser un viejo ridículo es mejor acoger los buenos consejos del desiderata, “acata dócilmente el consejo de los años,
abandonando con donaire las cosas de la juventud” , no darse mala vida y
seguir con Diomedes “…¡ay! Adiós, se va mi juventud y ahora ya no la vuelvo a ver…”
No hay comentarios.:
Publicar un comentario