lunes, 12 de abril de 2021

DE PUERTAS ABIERTAS: Un recuerdo de mi tía Irene

Recuerdo que la casa de mi tía Irene siempre estaba con las puertas abiertas. Bueno en realidad era una puerta grande de madera, trancada con una gran concha de caracol que nunca supe de donde salió.

Entre esa casa que quedaba en la carrera veintisiete y la nuestra que estaba por la calle séptima, en el barrio El Recreo, de esa Barrancabermeja ardiente y poblada con gentes venidas de distintos puntos de la geografía colombiana, pasé los días más felices de la niñez y la adolescencia. Hay muchos recuerdos de juegos, aventuras, amores y desamores que se tejieron y se rompieron en ese pequeño lugar.

Pero la casa de puertas abiertas también era una representación simbólica de la apertura de corazón que tenía mi tía Irene. Cuando mi papá se pensionó de Ecopetrol y quiso hacer la nueva etapa de su vida en Bucaramanga, acordamos que me quedaría a terminar el año en Barranca, porque ya estaba en sexto de Bachillerato (hoy le dicen once). Un día, cuando las personas que debían velar por mi cuidado decidieron que no tenía derecho a estudiar hasta tarde en la noche con mis compañeros de colegio y me cerraron las puertas de la casa dejándome en la calle como si fuera un perro sarnoso y maloliente… Ella me acogió en su casa porque ya estaba en su corazón.

Allí terminé viviendo en mi último año de Bachillerato, quizá con más libertad de la que se le deba conceder a un joven de 16 años. Pude estudiar con mis amigos hasta las horas que fueran necesarias resolviendo problemas de cálculo, física y química;  jugué banquitas  en la calle casi todas las tardes, sin camisa y sin zapatos, con los Royero, los Vesga, Lucho, los Arzuza y muchos más; vivimos muchas aventuras con Sergio y Carlitos; muchas veces parrandeamos con Isaac y toda la gallada de amigos al son de buen vallenato debajo de aquel viejo palo de tamarindo que ya no está; por allí pasaron las miradas coquetas del primer amor y muchos otros ires y venires propios de la juventud y las costumbres de una vida pueblerina en el magdalena medio.

Mi tía Irene fue una mujer de carácter fuerte pero comprensiva, no melosa pero si amorosa, sabía dar lo necesario. Era como la “vieja Sara” madrina de bautizo de casi todos los sobrinos y con autoridad sobre casi todos los que arrimaban por sus predios. Para mí fue, como decía Kaleth,  La Tía Universal”.

En mi recuerdo permanecen sus dichos, sus gestos y su sabia comprensión sobre mi persona. Hasta el fin de mis días estaré agradecido por ser aquella persona que siempre mantuvo su casa y su corazón con las puertas abiertas.

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