Van rumbo a la escuela. Allí se encontrarán con sus amigos, compartirán el
aprendizaje de números y letras, contarán y escucharán historias, tendrán
momentos para pensar, saltar, correr, reír y de seguro de gritar. Pero antes de
todo eso…cuando la buseta los recoge y cierra sus puertas, me quedo mirando
como se alejan y ellos desde la ventanilla me miran con un dejo triste en sus
ojos mientras me dicen adiós con su mano derecha…ese instante me transporta a
mi primero de primaria y me recuerda al bus de la bola amarilla, ahí empezó
todo.
Tenía seis años, usaba pantalón corto y mi papá me motilaba, igual que a
mis hermanos y primos, con una maquina manual. No había mucha ciencia en eso de
la motilada porque el corte era el de “Carlitos”, el de la tira cómica Snoopy, todo calvo y con un mechón en frente. No recuerdo que tipo de maletín llevaba,
pero sí el termo en forma de pescado que yo mismo llenaba de aguapanela.
El bus de la bola amarilla pasaba por la esquina y como nos demorábamos en
salir los otros niños gritaban “VIENE EL BUS DE LA BOLA AMARILLA” …salíamos corriendo,
pero el bus no venía. Cuando por fin llegaba nos subíamos mi hermana Nelly y
yo, la prima Jaqueline que le decíamos Jáquili y un vecino de apellido Rosado.
Era un bus grande de la empresa Copetran que le prestaba el servicio de
transporte a ECOPETROL. El bus siempre se llenaba y algunos niños tenían que ir
de pie.
Recuerdo mi primer día de escuela. Una multitud de niños, en promedio
cuatrocientos, entre seis y siete años para hacer primero de primaria. Creo que
nací odiando las multitudes porque en ese mar de infantes, ruido, maestros que
trataban de poner orden y mi impotencia para salir de allí no tuve otro recurso
que ponerme a llorar. Al final me asignaron al salón numero 8 con la profesora
Ebeth Pérez de Gutiérrez, como se usaba en esa época, a quién le caí bien y por
eso me consentía más que a otros.
Salímos a recreo y por el miedo a perdernos íbamos agarrados de la mano
con Nelly, Jáquili y Rosado. Al terminar la jornada nos formaron en un patio
distinto al de la entrada. Otra vez la multitud de infantes,
gritos y maestros tratando de poner orden, advirtiéndonos que debíamos subirnos
en el mismo bus que nos había traído a la escuela. Comenzamos a caminar y
estaba el bus de la bola verde, el de la bola roja, el de la bola azul…y por
fin el bus de la bola amarilla, el mío, el nuestro, el que nos llevaría de
nuevo a casa. Esperar otro día para
continuar en ese proceso de aprendizaje académico que tenía un horizonte de
once años pero que con el pasar del tiempo por las exigencias del mundo
empresarial y los intereses propios, el horizonte se fue ampliando a los años
de universidad, especializaciones y maestrías, y aun así parece ser que siempre
es insuficiente y no sabemos cómo va a terminar, entonces me queda la certeza
de saber cómo empezó todo: en el bus de la bola amarilla.
1 comentario:
Grata remembranza Álvaro de un primer día, de aquel significativo día en que iniciamos la aventura del conocimiento, del enfrentar nuestros temores, del socializar y salir de casa, del maravillarnos con el mundo desde la ventanilla de nuestro bus escolar. De empezar a dejar inscritos en nuestro espíritu, nuestra mente y nuestro cuerpo, las huellas del primer día de varios y significativos primeros días.
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