Era un hombre alto, blanco, canoso con un hablar pausado y un acento que lo ubicaba en tierras lejanas de aquella Barrancabermeja que estaba en pleno proceso de formación como ciudad. Entonces no había muchos carros, ni motos. La gente andaba en bicicleta o a pie, había muchos barrios con las calles destapadas, sin agua y un servicio de energía eléctrica que nos acostumbró a vivir muchas noches oscuras sentados alrededor de mi mamá y las tías mientras nos contaban las anécdotas de espantos como el silbón, la llorona o el viruñas, que solían salir en la vereda La Aguada o en Palo Florido (Veredas de Galán y Zapatoca donde se criaron ella y mi papá).
En el barrio Palmira de esa Barranca, estaba la iglesia de Nuestra Señora
del Carmen. Una estructura con tejas de Zinc, muchos ventiladores y una torre
de Petróleo que le había donado Ecopetrol, desde donde sonaban las campanas y
se iluminaba la navidad. Allí íbamos a misa los domingos, Semana Santa y
Navidad. Recuerdo que había un grupo grande de jóvenes acólitos, entre ellos Mañe
y Juancho, que ayudaban con entusiasmo en aquellas celebraciones que cumplían
todo el rigor del misal romano. En navidad convocaban a los niños y niñas a
participar de la novena como pastorcitos. Alicia, Amparo y Erminda fueron
pastorcitas y mi primo Lucho y Yo también lo fuimos por varios años. Bajo la
dirección de Jonny y de Milton practicábamos los cantos de las misas que se hacían
a las 4:30am y a las 6:00pm donde cantábamos a todo pulmón y al final el padre Rosero
nos regalaba un dulce. En Semana Santa se hacían las procesiones pero había un
elemento diferente que me marcaría e incidiría en mis decisiones de vida y, seguramente,
las de otras personas también.
Recuerdo una mañana de viernes santo que me mandaron a estar en el
viacrucis. Había mucha gente con carteles escritos a mano con marcador, eran
las estaciones. Cuando se detenía la procesión en la estación correspondiente
el padre hablaba del evangelio y lo que había sucedido en el camino hacia el
calvario pero lo que decía no era un discurso abstracto sino algo que estaba
pasando en esa Barranca a donde llegaban familias desplazadas (aunque esa
palabra no se usaba aun) y el rostro de Jesús era el del pobre, el del niño
abandonado, el de la mujer maltratada, el del indigente, el otro, el hermano.
A partir de ese momento la iglesia cambio de sentido para mí. De niño no me
gustaba ese lugar, me hacia el enfermo para no asistir, me daba miedo. Ahora encontraba
una comunidad solidaria con el dolor del otro, además fraterna y amorosa. El
padre Rosero orientaba sus sermones hacia la realidad que vivíamos. Las letras
de las canciones nos mostraban a un Jesús al lado de los pobres, a Dios con
Rostro Humano. Esa idea de Dios comprometido y un Jesús encarnado en el pueblo,
sirviendo y comprometido con la justicia social, expresado en la figura de
Rosero, que acogía a los desamparados y por eso también sufrió golpes y discriminación, me llevó años después a seguir ese ejemplo en la vida religiosa y
misionera y aunque ese camino no prosperó la idea de contribuir en la construcción
de un mundo menos desigual y más justo me ha acompañado en el desempeño de mi
vida profesional.
Al padre Ignacio Rosero no le gustaba que los acólitos y personas cercanas
de dijeran Padre, prefería que le dijeran “Nacho” y en las homilías se dirigía
a todos diciendo “Amados Hermanos”, lo que me lleva a pensar que no se
sentía por encima de nadie y siempre se sintió uno más, un Hermano que caminaba
de la mano con su pueblo que era su familia por la que expresaba un profundo
Amor.
6 comentarios:
Que homenaje tan bonito almPadre Ignacio Rosero, un ser que nos marco mucho a todos los que sistiamos a sus misas, y me alegra que le haya marcado su vida para servir a los demás! Gracias !
Bien traida a memoria la figura de un párroco y una parroquia que en la breve pero bien afinada descripción de Álvaro, me regala nuevamente una de las imágenes que mejor guardo de los breves años de niñez en mi natal Barranca: la experiencia de un grupo de niñas y niños que, unidos por la condición maravillosa de aquel entonces del compadrazgo de sus padres, caminaban con alegría en el ir y el venir de cada mañana de domingo, a la eucarestia que celebraba la vida en aquella iglesia, la contigua a la imperecedera estructura de la torre petrolera de Palmira.
Gran recuerdo y buen legado dejo Nacho. Fe con los pies en la tierra y abierto a otras opciones.
Que buena remembranza de esta hermosa tierra que nos vio nacer. Gracias Álvaro.
Excelente artículo, gracias
Excelente. Muy real
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