Por: Juan Francisco Vecino Pico “Juancho”
En la década de los 80’s, mientras
prestaba guardia en el batallón de caballería mecanizada N°5 en Cúcuta, los
ecos de mi niñez reverberaron en mi mente como un susurro. Era un día soleado,
y mientras el sol se filtraba por las hojas de los árboles y en medio del
bullicio militar, recordé aquel momento que definió no solo mi infancia, sino
también la manera en que vería el mundo: el día en que mi papá me llevó a
conocer su lugar de trabajo, Casa Loma.
Casa Loma era más que una imponente residencia fiscal de Ecopetrol; era un
símbolo de la promesa y el progreso de un país en medio de cambios tumultuosos.
Allí, los presidentes y ministros discutían políticas y sueños, y los hombres
de negocios, tanto gringos como rusos, se adentraban en el mundo del petróleo susurrando
sus negocios con acento extranjero y modales de club. Sin embargo, para mí,
Casa Loma era un laberinto de aprendizajes e historias personales.
Recuerdo los pisos de madera encerada, brillando como espejos; y mi papá, con
su sonrisa orgullosa, me enseñó a “mapear” cada rincón, y allí me deslizaba
sobre ese suelo pulido, como si nos moviéramos sobre un escenario invisible. Allá
también me enseñó a lavar la loza con la paciencia necesaria para mantener cada
utensilio reluciente…"despacio y con buena letra" era uno de sus dichos. Ese
día, aprendí que el valor no residía en el título ni el estatus, sino en la
integridad de cada acción. Los años pasaron, pero ese principio permaneció
arraigado en mi corazón.
Después la vida me llevó al barrio El Recreo, donde, en conversaciones con los
vecinos y amigos, descubrí que había un doble sentido en el aprendizaje que
recibí. El "mapa" que mi papá usaba para guiarme era, en mi nuevo
contexto, el mismo "trapero"; entonces supe que los gringos lo
llamaban "mopa", no porque fuera otro objeto, sino porque aprendieron
español al estilo de España, donde al trapero se le dice mopa
Esa revelación me llenó de un profundo sentido de orgullo y conexión con mi papá.
La humildad del trabajo, desde la más alta instancia en Casa Loma hasta las
calles de mi barrio, demostró que el esfuerzo nunca se pierde. En cada rincón,
en cada trapo que se usaba para limpiar, había un eco del legado que mi papá me
había dejado.
Mientras seguía en la guardia del batallón de caballería, comprendí que mi papá, quien hizo de todo, desde barrer y servir vino hasta arreglar un motor diésel, siempre fue un gran maestro, que supo inculcar a sus hijos el valor de Servir a Dios, a la Patria y la Sociedad.
Escuchar podcast: https://www.youtube.com/watch?v=YuYbeY1BkxE&t=3s
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