Como ese pensamiento que uno cree apagar y regresa con más preguntas, aquel Espíritu se paseaba todas las noches por Puerto Escondido. Mientras el río —negro e inmóvil— devolvía cada farol invertido, como si la realidad fuera apenas un borrador mal copiado. Y en ese horizonte duplicado, en el pueblo, todos los hombres y mujeres soñaban el mismo sueño: sombras líquidas que garabateaban símbolos que se deshacían, una y otra vez, como el sinsentido mismo de la vida en ese caserío.
Los días se volvieron un ritual sin fe, las redes vacías, los rezos muertos y silencios que pesaban más que el agua…
Entonces…,
un día cualquiera, apareció en una canoa un forastero de sombrero ancho, sin
dientes y la piel quemada por el sol de varios días… Se detuvo a comer, y las
gentes le contaron lo que estaba sucediendo. Entonces sentenció:
“El agua es como el espejo.
No oculta nada… pero hay que saber leer”.
Nadie
entendió lo que quiso decir aquel forastero en ese momento, pero entrada la
noche, como una epifanía, comprendieron que los sueños había que leerlos como
las figuras del espejo. Y lo que apareció no fue promesa de nada, sino una
pregunta:
“Si todo es
reflejo, ¿qué parte de ti es real?”
Al despertar, regresaron a lanzar sus redes con la certeza de que el vacío también es parte del paisaje, y aceptaron que nada ajeno llegaría a colmarlo; y desde entonces, aquel espíritu se alejó, y ellos viven sin esperar milagros pero con los ojos más abiertos, como quien se mira al agua sin esperar respuesta… y aun así, lanza la red.
Escuchar:
https://www.youtube.com/watch?v=q_U1fdDaq4c
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