lunes, 1 de diciembre de 2025

CULTURA CIUDADANA 1, 2, 3

 En Bucaramanga algo se nos está quebrando por dentro: la sensación de seguridad se deteriora, el espacio público se tensa y las basuras empiezan a contarnos una verdad incómoda sobre la forma como habitamos la ciudad.

No es un problema solo de alcaldes ni de policía; es un problema de cultura ciudadana. Por eso el próximo alcalde tendrá apenas dos años para liderar algo más que un plan de gobierno: un acuerdo cultural que le devuelva a Bucaramanga la confianza en sí misma.

1.      Seguridad: recuperar la confianza perdida

La inseguridad no se mide únicamente por las cifras de hurtos, sino por el miedo que se instala en la rutina. Es el comerciante que mira con recelo a quien entra a su local; la madre que ya no deja que su hijo camine solo al colegio; el adulto mayor que evita salir al anochecer. Cuando el miedo gana terreno, la ciudad se encoge.

La tarea no es solo aumentar el pie de fuerza. Se trata de volver a tejer confianza entre vecinos, iluminar los trayectos cotidianos, acompañar a los jóvenes que hoy están demasiado cerca del riesgo y demasiado lejos de las oportunidades. Una ciudad donde la gente se reconoce, se saluda y se cuida es siempre más segura que una ciudad donde todos se esconden tras la desconfianza.

2.      Convivencia en el espacio público: autoregulación

El espacio público es el espejo de nuestra cultura. Y hoy ese espejo refleja afanes, tratos bruscos, indiferencias. Disputamos el andén como si fuera un botín; pitamos antes de pensar; gritamos antes de preguntar. Hemos naturalizado una tensión diaria que nos convierte en extraños hostiles compartiendo las mismas calles.

La convivencia no se resuelve a punta de comparendos, sino de pedagogía y ejemplo. Aprender a compartir la vía, a ceder el paso, a respetar la fila, a conversar en lugar de chocar. No es un detalle menor: se trata de recuperar la capacidad de ver en el otro a alguien con quien compartimos casa, no a un estorbo. La ciudad que vuelve a conversar vuelve a respirar.

3.      Basuras: la cultura empieza por lo que dejamos atrás

El problema de las basuras no es solo técnico: es profundamente cultural. Las esquinas llenas de bolsas revelan algo más grave que la falta de contenedores: hablan de un vínculo roto con el entorno. Cuando no sentimos la ciudad como propia, la tratamos como depósito y no como hogar.

La solución no está únicamente en los camiones ni en las rutas, sino en la conciencia colectiva. Separar en la fuente, respetar los horarios de recolección, reconocer a los recicladores como aliados y no como estorbo. Las grandes transformaciones comienzan en gestos pequeños: una bolsa bien dispuesta, un residuo aprovechado, un vecino que decide dar ejemplo sin necesidad de que nadie lo vigile.

Un llamado al próximo alcalde

En dos años no se construye una ciudad, pero sí se puede cambiar el rumbo cultural de una sociedad urbana. Bucaramanga no necesita solo obras ni más controles; necesita un liderazgo que convoque, que eduque, que escuche y que inspire.

Un liderazgo que entienda que seguridad, convivencia y basuras no son tres problemas aislados, sino tres maneras de formular la misma pregunta: ¿cómo queremos vivir juntos en esta ciudad que compartimos? Si respondemos juntos, Bucaramanga puede dejar de sentir miedo de sí misma y volver a reconocerse como nuestra casa común.

 


 

sábado, 29 de noviembre de 2025

LA GESTIÓN SOCIAL EN PROYECTOS DE ALTO IMPACTO: Cambiamos o Morimos

El problema no está en la ingeniería, está en la forma de conocer y tratar el territorio. Es un problema epistemológico.

Desde la técnica, el territorio es un conjunto de coordenadas, niveles de servicio, mapas de riesgo y tiempos óptimos de desplazamiento. Una variante es un trazado más eficiente; un túnel, una solución elegante a un obstáculo geográfico; un rediseño, un ajuste racional a nuevas proyecciones de tráfico. Todo parece ordenado, limpio y controlable.

Pero para quienes habitan ese territorio, lo que importa es la red de relaciones, memorias y lealtades. Es la tienda donde se negocian favores, el patio donde se conversa al final de la tarde y ese desfile de voces que funciona como noticiero local. La distancia no es un número en kilómetros, sino una experiencia entre estar “cerca” o “lejos” y  depende de si hay caballo, mula, moto o se va a pie. Esa lógica del espacio vivido no cabe en el SIG ni entra completa en una matriz de impacto.

Cuando modificamos accesos, hacemos un retorno, una variante  o construimos un túnel, no solo intervenimos una estructura física, sino que afectamos la perspectiva, los horizontes de mundo y el Sentido de las cosas que las comunidades han construido a lo largo de los años y de generaciones. Lo que era paso obligado se vuelve borde marginal y lo que estaba “a la mano” se convierte en un rodeo costoso. A veces no se ve de inmediato en los informes, pero sí en el bolsillo del pequeño comerciante, en la rutina de quien madruga más y en la autoestima de una comunidad que siente que se quedó “por fuera” del transcurrir de su propia vida.

El verdadero problema aparece cuando el proyecto solo reconoce como “real” lo que puede medir. Si algo no está en el plano o en la modelación de tráfico, simplemente no existe. Así se invisibilizan recorridos cotidianos, pactos informales, lógicas de vecindad y jerarquías simbólicas. Por eso, casi siempre, la gestión social llega tarde, en modo reactivo, como bombero ante un edificio en llamas…entonces se repite el libreto de siempre: “la comunidad no entiende”, “se dejan manipular”, “hay intereses políticos”.

Sin embargo, rara vez nos preguntamos con honestidad: ¿qué dejamos de ver porque nuestro enfoque fue demasiado estrecho?

La gestión social no puede seguir siendo un anexo correctivo ni una lista de actividades de mitigación. Tiene que convertirse en un componente epistemológico del proyecto: una forma distinta de conocer el territorio y sus espacios antes, durante y después de la obra. Esto significa incorporar saberes locales, reconocer trayectorias sociales y leer los impactos más allá de lo técnicamente previsto.

Cambiar el paradigma no es un lujo: es cuestión de supervivencia. O aprendemos a escuchar distinto, a mirar el espacio con los ojos de quienes lo habitan, o nuestros proyectos seguirán siendo técnicamente impecables pero socialmente frágiles: “Cambiamos o Morimos”




miércoles, 26 de noviembre de 2025

LICENCIA SOCIAL OPERATIVA: ENTRE LOS SISTEMAS Y EL MUNDO DE LA VIDA

En casi todos los conflictos recientes alrededor de proyectos viales, mineros o de hidrocarburos en Colombia, hay una escena que se repite: sobre el papel, el proyecto está “redondo” –cronogramas ajustados, estudios impecables, modelos financieros al día; pero en el territorio hay comunidades inconformes y angustiadas que expresan sus sentir con bloqueos, tutelas, marchas, cabildos abiertos, entre otros. Estos desencuentros, amenazan la continuidad de los proyectos, retrasan los cronogramas y elevan los costos de construcción y operación.

En términos legales, la obra tiene la licencia ambiental, pero en términos sociales aún le falta algo que desde finales del siglo XX se empezó a nombrar como Licencia Social para Operar (LSO).

¿Qué estamos llamando Licencia Social para Operar?

El concepto de LSO entró al vocabulario de la minería, y luego de otros sectores, hacia finales de la década de los 90’1 del siglo XX, a partir de la reflexión sobre la relación entre empresas extractivas y comunidades en escenarios como la conferencia del Banco Mundial sobre minería y comunidades en Quito, en 1997 (Cooney, 2017). Con el tiempo, la literatura especializada ha ido afinando el concepto y discutiendo sus alcances (Boutilier, 2014; Gehman, Lefsrud y Fast, 2017). De forma sintética, podemos decir que la LSO es el grado en que las actividades de una organización cumplen con las expectativas de las comunidades locales, de la sociedad en su conjunto y de los diferentes grupos de interés.

La LSO no es un contrato formal ni un papel que se tramite ante una ventanilla. Es un estado de legitimidad que se sostiene en las creencias, percepciones y relaciones de confianza de las comunidades con las empresas y que puede mejorar o deteriorarse con el tiempo. Por eso suele decirse que la LSO se “gana” y se “mantiene” en el territorio no en las oficinas.

En otras palabras, la LSO es ese permiso intangible que solo existe cuando la comunidad siente que el proyecto tiene sentido en su territorio; y desde esta perspectiva es algo que no se define desde la técnica, sino desde la experiencia cotidiana de las personas.

Para entender por qué tantos proyectos técnicamente sólidos tropiezan socialmente, es necesario recordar que podemos leer la sociedad desde diferentes perspectivas; aquí quisiera destacar dos. En primer lugar, podemos entenderla como un sistema, en el sentido de Niklas Luhmann: no como un conjunto de individuos, sino como una red de comunicaciones diferenciadas funcionalmente (economía, derecho, política, ciencia, medios, etc.), donde cada subsistema opera con sus propios códigos (pago/no pago, legal/ilegal, gobierno/oposición, verdadero/falso) y con procedimientos específicos para procesar decisiones. En esta mirada, lo importante es cómo se organizan, se acoplan y se coordinan esos subsistemas mediante normas, cronogramas, indicadores, contratos y marcos legales. En segundo lugar, podemos entender la sociedad como un complejo de subjetividades: el entramado de historias, lenguajes, creencias, miedos y expectativas con los que las personas se orientan en la vida cotidiana y construyen el sentido de sus acciones. Aquí aparecen las familias, los barrios, las memorias del territorio, las identidades colectivas, las experiencias de injusticia o de reconocimiento. Es el llamado Mundo de la Vida Cotidiana (Habermas, 1987), donde el sentido de una carretera no es solo un trazado sobre el mapa, sino la redefinición de rutas de cuidado, comercio, afecto y pertenencia.

 Explicar vs Comprender

En su reflexión sobre las ciencias sociales, Habermas retoma la distinción clásica entre explicación y comprensión, pero no para mantenerla como una oposición rígida, sino para replantearla. Explicar significa reconstruir la cadena de causas: por qué ocurre un fenómeno, qué variables lo condicionan, qué regularidades pueden formularse a partir de él. Comprender, en cambio, apunta al sentido: qué significa aquello que ocurre para quienes lo viven, cómo interpretan los actores lo que está pasando y desde qué horizontes de experiencia lo leen.

 

Para Habermas (1987), la comprensión no se reduce a una empatía psicológica individual, sino que es, ante todo, una experiencia comunicativa: se realiza en el diálogo, exige una actitud reflexiva frente a los propios supuestos y abre la posibilidad de revisar y transformar actitudes. Por eso, explicación y comprensión no deberían pensarse como métodos excluyentes, sino como dimensiones de un mismo ejercicio. Cuando se articulan, dan lugar a una explicación comprensiva: un tipo de análisis que reconstruye las conexiones causales, pero sin perder de vista el mundo de sentido en el que los propios actores inscriben sus experiencias.

Si lo traducimos al lenguaje de los proyectos:

Una explicación técnica puede demostrar que una variante vial está óptimamente diseñada para mejorar la movilidad regional –reduciendo tiempos de viaje, mejorando niveles de servicio y descongestionando la vía actual–, pero en la reconstrucción del Sentido que tiene para los vecinos de la vía podríamos descubrir que para muchos residentes y comerciantes, esa variante se considera un desvío de flujos económicos que redefine las relaciones con los clientes, quienes quedan aislados y quienes pierden su modo de sustento.

Un modelo hidrológico puede explicar que una mina no afectará ciertas fuentes de agua, pero la algunas comunidades  el agua está cargada de memorias, temores y significados sagrados que no se resuelven con una gráfica.

Un piloto de fracking puede explicarse como un experimento controlado, pero también nos permite comprender como esa propuesta se inscribe en una larga historia de desconfianza hacia la industria petrolera y el Estado.

Cuando la LSO se piensa solo desde la explicación causal, cualquier conflicto aparece como un problema de “desinformación” o de “falta de pedagogía”. Desde una explicación comprensiva, en cambio, el conflicto se convierte en un dato clave para entender los desajustes entre el diseño del proyecto y los sentidos de vida de la comunidad.

 El Desarrollo Se Refiere A Las Personas, No A Las Cosas

En este punto, la reflexión de Manfred Max-Neef sobre el desarrollo resulta especialmente pertinente. Al proponer el Desarrollo a Escala Humana, Max-Neef insistía en un principio que parece obvio pero que muchas veces se olvida: el desarrollo se refiere a las personas y no a las cosas. En ese sentido, el mejor proceso de desarrollo será aquel que eleve la calidad de vida de las personas, entendida como la posibilidad real de satisfacer sus necesidades humanas fundamentales (Max-Neef, Elizalde y Hopenhayn, 1989). Una escuela, un hospital o una carretera no son desarrollo en sí mismos si no se traducen en mejores condiciones de vida. Son medios, no fines.

Aplicado a los proyectos de alto impacto, esto implica desplazar la pregunta: no basta con contar cuántos kilómetros de vía, cuántos megavatios o cuántas toneladas exportadas se logran. La cuestión de fondo es qué tipo de vida habilita o restringe el proyecto para quienes habitan el territorio.

Si el desarrollo se refiere a las personas y no a las cosas, la LSO no puede medirse solo por el valor de la inversión ejecutada o por el cumplimiento de metas físicas. Debe mirarse también en términos de reconocimiento, justicia, confianza y capacidad efectiva de las comunidades para decidir sobre su propio futuro.

Cuando La LSO Se Queda Atrapada En El Excel

En la práctica, el lenguaje de la LSO ha sido rápidamente incorporado a manuales de sostenibilidad, normas de buen gobierno y presentaciones corporativas. Pero muchas veces su gestión se reduce a tres operaciones:

1. Medir percepciones mediante encuestas o sondeos.

2. Clasificar actores en matrices de nivel de apoyo y nivel de influencia.

3. Diseñar estrategias de “gestión del conflicto” o “inversión social” para mejorar los indicadores.

Sin cambiar el lente, este enfoque convierte la LSO en un número más en el tablero de control: un semáforo que se enciende en rojo, amarillo o verde, pero que no cuestiona la forma de concebir el proyecto.

Desde la perspectiva de la mera racionalidad técnica, la comunidad aparece como “población objetivo” o “stakeholders”, el conflicto se entiende como ruido y la participación se confunde con asistencia a reuniones informativas. Desde la comprensión del mundo de la vida, en cambio, la comunidad es Sujeto de experiencias y de conocimientos; el conflicto es un síntoma de fondo; y la participación tiene que ver con la capacidad real de influir en el diseño, la implementación y el reparto de beneficios y costos.

Mientras la LSO se piense como algo que se “gestiona” al final –cuando los trazados están definidos, los estudios cerrados y las licencias ambientales casi listas–, veremos una y otra vez el mismo patrón: obras técnicamente impecables que fracasan socialmente, o que solo avanzan al costo de una herida profunda en el tejido comunitario.

Si tomamos en serio todo lo anterior, la LSO no puede seguir siendo solo un concepto de moda ni un indicador de riesgo reputacional. Debería convertirse en una categoría operativa que atraviese la estructura misma de los proyectos desde su etapa de concepción.



Video-Resumen: https://www.youtube.com/watch?v=wifpWhe4DOU


Referencias bibliográficas

-      Cooney, J. (2017). Reflections on the 20th anniversary of the term “social licence”. Journal of Energy & Natural Resources Law, 35(2), 197–200

-      Boutilier, R. G. (2014). Frequently asked questions about the social licence to operate. Impact Assessment and Project Appraisal, 32(4), 263–272.

-      Gehman, J., Lefsrud, L., y Fast, S. (2017). Social license to operate: Legitimacy by another name? Canadian Public Administration, 60(2), 293–317.

-      Habermas, J. (1987). Teoría de la acción comunicativa, tomo II: Crítica de la razón funcionalista. Madrid: Taurus.

-      Luhmann, N. (1995). Social Systems. Stanford University Press.

-      Max-Neef, M., Elizalde, A., y Hopenhayn, M. (1989). Desarrollo a escala humana: una opción para el futuro. Development Dialogue, 1, 5–80.

viernes, 19 de septiembre de 2025

EL HOMBRE, EL MEDICO Y EL COCODRILO.

 A Jaime Calderón Herrera: un médico que navega entre cocodrilos

 “Un hombre va al médico y le dice que tiene miedo porque debajo de su cama hay un cocodrilo que se lo va a comer. El médico le responde que esté tranquilo, que es solo su imaginación. Pasan los días, y el hombre vuelve con la misma historia: que debajo su cama está el cocodrilo. El médico repite lo mismo: es imaginario. Una y otra vez ocurre lo mismo: el hombre insiste en el cocodrilo y el médico insiste en negarlo.

Un día, el médico, paseando por la ciudad, se percata de que está cerca del barrio donde vivía aquel paciente y como hace tiempo que no lo ve en el consultorio, decide pasar a saludar. Toca el timbre y la esposa abre la puerta. El médico pregunta por el fulano, y ella responde: ¡Ay doctor!, imagínese que se lo comió un cocodrilo que había debajo de la cama”.

 

Aquel hombre se consume en la vigilia interminable de su miedo mientras el médico se aferra a la claridad de lo medible, de aquello que solo cabe en la geometría implacable de su razón. Pero  ¿qué es más real, el animal que no puede ser probado o la certeza que desvela los sueños? La angustia del hombre, tan concreta como el bisturí del médico, pertenece a un universo paralelo donde la razón no penetra y donde toda verdad no es más que la forma en que cada cual nombra a su propio abismo.

 

En el fondo, los dos dialogan con el absurdo. El médico intenta exorcizarlo con la negación y el hombre lo enfrenta con la fe obstinada en su propio temor, mientras el absurdo, como un dios discreto, se ríe de ambos porque no necesita existir para imponerse.

 

El cocodrilo se consume en lo inevitable y nos arroja una verdad más inquietante: no sabemos si lo que nos destruye proviene del mundo exterior o de nuestras propias entrañas. Tal vez lo que llamamos destino no sea más que la persistencia de una idea y lo que llamamos fe, miedo o imaginación sean nombres distintos para una misma fuerza que nos habita y que al final nos devora.

 

Aquí la cama es un altar: arriba el cuerpo que busca descanso, abajo la criatura que acecha. Entre ambos espacios transcurre la vida, suspendida entre la razón, el miedo y el misterio.  Tal vez bajo cada cama, y bajo cada certeza, se agita el espíritu de un cocodrilo invisible, y lo único que podemos hacer sea no negarlo ni vencerlo, sino aprender a vivir con la respiración de su sombra… pues mientras escribo estas líneas, no puedo evitar mirar de reojo el silencio que grita debajo de mi cama.




sábado, 6 de septiembre de 2025

LOS PROYECTOS AVANZAN A LA VELOCIDAD DE LA CONFIANZA

No es un eslogan ni poesía gerencial. Es logística pura. Cuando la confianza sube, los permisos fluyen, las decisiones se acortan y el CAPEX deja de sangrar por “imprevistos”. Cuando baja, el proyecto entra en viscosidad: actas que no cierran, mesas que se repiten, cronogramas que se estiran y costos blandos que se vuelven duros.

Dicho simple: la confianza es la capacidad de coordinar expectativas y cumplir promesas a tiempo. Es el pegamento invisible que reduce la complejidad, hace viable la cooperación más allá del contrato, y se sostiene en la validez de la palabra: claridad, veracidad y rectitud.


El velocímetro de la confianza (5 señales tempranas)


  •  Respuestas lentas: Cuando un actor clave pasa de 24h a 96h para responder, el proyecto perdió un engranaje.
  • Rumor > Comunicación oficial: si el pasillo informa antes que el PMO, la curva de desconfianza ya va arriba.
  • Rotación territorial: Cambiar voceros cada mes reinicia el capital relacional a cero.
  • Puentes débiles: pocos vínculos cruzados (comunidad–operación–autoridad–contratista) = cuello de botella.
  • Promesas microincumplidas: fallar en detalles erosiona los grandes acuerdos.

Tres palancas que aceleran cualquier proyecto 

  1. Transparencia operativa en tiempo real
    Tableros simples y públicos: compromisos, avance, responsables y evidencia. Lo que se ve, se cuida.
  2. Ritualizar el acuerdo verificable
    Cada mesa debe cerrar con: qué, quién, cuándo y cómo se prueba. Sin memoria no hay confianza; sin confianza no hay velocidad.
  3. Participación útil, no ornamental
    Involucrar a los grupos de interés en decisiones que sí mueven la aguja. La gente confía cuando su aporte tiene consecuencias visibles.


El costo oculto de la desconfianza 

La desconfianza no aparece como rubro, pero se paga en:


  • Costos de transacción: más abogados, más comités, más “visto buenos”.
  • Retrabajo: rediseños por “no socializado”.
  • Riesgo reputacional: que luego se traduce en riesgo financiero.
  • Fatiga del equipo: talento quemado por negociar lo mismo en bucle.

Kit mínimo para dirigir a la velocidad de la confianza 

  • Mapa vivo de actores con intereses y canales preferidos.
  • Regla 24–72: acuse en 24h, respuesta sustantiva en 72h.
  • Bitácora de compromisos con semáforo visible.
  • Repositorio único de documentos y versiones.
  • Ciclo de escucha con devolución clara.
  • Quick wins trimestrales para validar narrativa.
  • Indicadores de confianza en el tablero del PM.

Métricas simples (y poderosas)


  • Cumplimiento de promesas: % de acuerdos honrados por semana.
  • Tiempo de decisión: días entre propuesta y cierre.
  • Densidad de vínculos: conexiones activas entre actores clave.
  • Net Trust Score: percepción de confiabilidad bimestral.
  • Proporción rumor/boletín: informalidad vs. comunicación oficial.

Antes de sumar más controles, aumente la confianza. Es más barato, más rápido y más sostenible.

La ingeniería resuelve el qué y el cómo; la confianza hace posible el cuándo. si su cronograma depende de terceros (y todos dependen), su ventaja competitiva no es un Gantt más bonito, sino un sistema de confianza deliberadamente gestionado.

 

 


lunes, 1 de septiembre de 2025

EL SANTUARIO DEL SILENCIO

 "Fíjense bien, por favor, en que Moisés no incluyó entre los diez mandamientos el de «¡No mentirás!». ¡No fue una casualidad! Porque quien dice «¡No mientas!» tiene que decir antes «¡Responde!», y Dios no le dio a nadie el derecho a exigir de otro una respuesta... «¡No mientas!», «¡Di la verdad!», son palabras que no debemos dirigir nunca a otra persona en la medida en que la consideremos como a un igual." (Kundera, M. La inmortalidad)

Kundera no solo lanza una provocación; toca la herida que define la frontera entre el respeto y la violencia. La desigualdad más radical no es económica ni política; es la que existe entre quien tiene el privilegio de interrogar y quien se ve condenado a responder. En ese acto de exigir una respuesta reside una forma de dominación que busca colonizar lo más íntimo: el alma.

 

Este derecho al misterio tiene un eco teológico profundo. En la tradición judeocristiana, el ser humano está hecho a imagen de un Dios que, si bien se manifiesta, nunca se deja poseer por completo. Es un Dios que se revela y, sin embargo, permanece oculto; que habla y al mismo tiempo guarda silencio. Ese silencio no es vacío, sino plenitud: el espacio donde se afirma su soberana libertad. Si somos imagen de ese Dios, compartimos también el derecho sagrado a la opacidad, a ser guardianes de nuestra propia interioridad.

 

Por ello, la verdad no es un mandato, sino una posibilidad que solo adquiere valor moral cuando brota de la libertad. Una verdad arrancada bajo coacción es una confesión vacía, despojada de dignidad. La verdad auténtica no es un trofeo que se arrebata, sino un don que se ofrece. Es un acto de confianza y entrega, no de sumisión.

 

No se defiende aquí el silencio cómplice que ampara la injusticia, sino el silencio digno que protege el último bastión de la libertad: la conciencia. En una era digital que convierte el silencio en sospecha y la intimidad en una ofensa, esta lección de Moisés resulta profética. La exigencia de una transparencia total es una tiranía moderna que nos pretende esclavos, seres sin pliegues ni secretos. Resistir esa "colonización de la conciencia" es un acto de dignidad espiritual.

 

Quizá, entonces, lo más sagrado no sea el deber de decirlo todo, sino el derecho a preservar ese santuario interior donde decidimos cuándo, cómo y a quién revelamos una parte de nuestro Ser. Porque en esa libertad de callar habita, todavía, la imagen de un Dios que habla cuando quiere y calla cuando lo considera necesario. Y tal vez, en ese silencio, se nos recuerde que lo humano es inseparable de su misterio.





martes, 26 de agosto de 2025

NUESTRO MAYOR MIEDO

"Nuestro mayor miedo no es que seamos inadecuados.

Nuestro mayor miedo es que somos poderosos más allá de toda medida.
Es nuestra luz, no nuestra oscuridad, lo que más nos asusta.

Nos preguntamos: ¿quién soy yo para ser brillante, hermoso, talentoso, fabuloso?
En realidad, ¿quién eres tú para no serlo?
Eres hijo del universo.

Jugar a ser pequeño no le sirve al mundo.
No hay nada iluminado en encogerte para que los demás no se sientan inseguros a tu alrededor.
Estamos destinados a brillar, como hacen los niños.
Nacimos para manifestar la gloria del universo que está dentro de nosotros.

No está solamente en algunos de nosotros; está en todos.
Y cuando dejamos que nuestra propia luz brille, inconscientemente damos permiso a otros para hacer lo mismo.

Al liberarnos de nuestro propio miedo, nuestra presencia automáticamente libera a los demás."

Marianne Deborah Williamson