En las noches en que solían quitar la energía eléctrica, que era más frecuente que tenerla, nos sentábamos alrededor de mi madre y algunas de sus hermanas y paisanos a escuchar historias de espantos y recuerdos de su niñez y preadolescencia.
Entre esas historias eran recurrentes sus relatos sobre la época de la violencia; de cuando tenían que salir corriendo porque venían los “godos” (conservadores) a matar “cachiporros” (liberales); y la vereda la aguada del municipio de Galán, en el departamento de Santander, era territorio de Liberales en medio de Conservadores.
La violencia, como se le conoce a ese periodo de la historia política Colombiana, duro mucho tiempo y dejo muchos muertos, ¿los motivos?: Ninguno válido racionalmente, era una guerra fratricida, alimentada por un odio instintivo, donde el color político tenía un significado casi totémico: Rojo para los Cachiporros y Azul para los Godos.
De cuando en cuando, relata mi madre, mi abuela tenía que “perderse” en el monte con sus hijos a cuestas, pasar hambre y vivir aterrorizados…, en silencio…, agachados…,escuchando las voces cargadas de insultos y el silbido de las balas que rozaban sus cabezas…, llenos de miedo por el riesgo inminente de una muerte absurda.
Pasó el tiempo y dicen que el país volvió a la normalidad, queriendo decir a la vida institucional sin violencia partidista, por un acuerdo entre los dirigentes de los partidos políticos, pero en el pueblo raso los odios no se olvidan y perduran en el tiempo.
Recuerdo aquellas historias que narran la vida de un pueblo Conservador donde nadie podía llevar algo rojo, ni siquiera una peinilla o un pañuelo, porque se consideraba una traición y en consecuencia era agredido físicamente; igual pasaba por el lado de los Liberales. Escuchar este nivel de irracionalidad nos hacía creer que esas vivencias eran de una época lejana y en un territorio distante o en algunos casos simples exageraciones. No cabía en nuestro pensamiento semejante grado de intolerancia e ignorancia. Ahora sabemos que estos relatos son verdaderos, que ocurrieron no hace mucho tiempo, muy cerca de aquí y que la realidad era inmensamente peor.
Aunque han pasado más de cincuenta años de esa “época de la Violencia”, la intolerancia producto de la irracionalidad y la alta emotividad, nos devuelven en el túnel del tiempo a esas épocas siniestras de la política Colombiana; aunque hoy el país ya no se lee en azul y rojo sino entre derecha e izquierda. Los síntomas de esa violencia partidista que dio paso a la violencia guerrillera y ésta al narcoterrorismo, hoy se propagan a través de la descalificación grosera, agresiva y violenta, en todos los espacios de opinión, en bares y cafés y hasta en las salas de televisión.
Hemos llegado a un nivel de polarización e intolerancia que no se permite el disentimiento. ¿Cómo será posible construir Democracia y Desarrollo cuando solo tiene validez una voz que se propaga y se repite sin derecho a la crítica?. Y, ¿Las otras voces?, por ahora son las Voces del Silencio.
Entre esas historias eran recurrentes sus relatos sobre la época de la violencia; de cuando tenían que salir corriendo porque venían los “godos” (conservadores) a matar “cachiporros” (liberales); y la vereda la aguada del municipio de Galán, en el departamento de Santander, era territorio de Liberales en medio de Conservadores.
La violencia, como se le conoce a ese periodo de la historia política Colombiana, duro mucho tiempo y dejo muchos muertos, ¿los motivos?: Ninguno válido racionalmente, era una guerra fratricida, alimentada por un odio instintivo, donde el color político tenía un significado casi totémico: Rojo para los Cachiporros y Azul para los Godos.
De cuando en cuando, relata mi madre, mi abuela tenía que “perderse” en el monte con sus hijos a cuestas, pasar hambre y vivir aterrorizados…, en silencio…, agachados…,escuchando las voces cargadas de insultos y el silbido de las balas que rozaban sus cabezas…, llenos de miedo por el riesgo inminente de una muerte absurda.
Pasó el tiempo y dicen que el país volvió a la normalidad, queriendo decir a la vida institucional sin violencia partidista, por un acuerdo entre los dirigentes de los partidos políticos, pero en el pueblo raso los odios no se olvidan y perduran en el tiempo.
Recuerdo aquellas historias que narran la vida de un pueblo Conservador donde nadie podía llevar algo rojo, ni siquiera una peinilla o un pañuelo, porque se consideraba una traición y en consecuencia era agredido físicamente; igual pasaba por el lado de los Liberales. Escuchar este nivel de irracionalidad nos hacía creer que esas vivencias eran de una época lejana y en un territorio distante o en algunos casos simples exageraciones. No cabía en nuestro pensamiento semejante grado de intolerancia e ignorancia. Ahora sabemos que estos relatos son verdaderos, que ocurrieron no hace mucho tiempo, muy cerca de aquí y que la realidad era inmensamente peor.
Aunque han pasado más de cincuenta años de esa “época de la Violencia”, la intolerancia producto de la irracionalidad y la alta emotividad, nos devuelven en el túnel del tiempo a esas épocas siniestras de la política Colombiana; aunque hoy el país ya no se lee en azul y rojo sino entre derecha e izquierda. Los síntomas de esa violencia partidista que dio paso a la violencia guerrillera y ésta al narcoterrorismo, hoy se propagan a través de la descalificación grosera, agresiva y violenta, en todos los espacios de opinión, en bares y cafés y hasta en las salas de televisión.
Hemos llegado a un nivel de polarización e intolerancia que no se permite el disentimiento. ¿Cómo será posible construir Democracia y Desarrollo cuando solo tiene validez una voz que se propaga y se repite sin derecho a la crítica?. Y, ¿Las otras voces?, por ahora son las Voces del Silencio.
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