Corría el año de 1943 y mientras en Europa se vivían los horrores de la
segunda guerra mundial, en Colombia, en una vereda perdida en la inmensidad de
la cordillera de los andes, un día domingo, día de mercado, el llanto de una
niña rompe el silencio matutino propio del paisaje campesino y se inicia una
historia que daría origen a muchas historias…nació Herminda.
Sus padres fueron Serafín y Lucrecia quienes se asentaron en la cima de una montaña a la que llamaron “La Loma”, ubicada en la vereda La Aguada, del municipio de Galán, pero más cerca de la quebrada “La Pao” del corregimiento de “La Fuente”, municipio de Zapatoca en Santander. Eran tiempos en que la mayoría de la sociedad colombiana era rural y las mujeres como Lucrecia no decidían su destino sino sus padres. Por eso le tocó casarse a los 14 años y desde los 15 comenzó a parir hijos…uno tras otro hasta completar 17. Algunos murieron en medio de la pobreza, la resignación y la casi indiferencia que da tener un niño más o uno menos cuando son tantos.
En la aguada pasó su infancia con sus más de 15 hermanos, primos, familiares y amigos. Eran tiempos en que el tiempo no tenía prisa y el campo estaba poblado de niños y jóvenes orgullosos de su tierra, se veían por doquier árboles frutales, gallinas, zorros, faras y quebradas de agua cristalina. Se bebía guarapo o chicha de maíz y por las noches, en medio de los grillos y el canto de las ranas se abrían paso la llorona, el silbón, la patasola y a veces hasta el mismísimo viruñas.
Finalizando la década de los cuarenta y entrando los cincuenta llegó la violencia partidista. Violencia de exclusión alimentada por las élites que para no perder el poder de lo que siempre consideraron que era suyo, pusieron a los hermanos y paisanos que siempre vivieron alegres y solidarios, a matarse entre unos y otros por un color, rojo o azul, bandos irreconciliables de odios alimentados con mentiras sobre el trágico futuro que nos esperaba si subían al poder unos u otros.
Fue una violencia alucinante entre “Godos” y Cachiporros”. Algunas veces, llegaban los godos a la vereda y ella con sus hermanos, agarrados todos de las faldas de su mamá y hermanas mayores tenían que salir en medio de la noche a esconderse, sintiendo el silbido de las balas que rozaban sus cabezas mientras rezaban interminables rosarios en medio de lágrimas y gritos reprimidos.
A los 12 años se subió por primera vez a una Transcarmen que la llevaría hasta Barrancabermeja donde –atraída como muchos por la prosperidad que traía el oro negro- intentaría encontrar una mejor vida. Fueron muchos ires y venires, a veces sola y otras acompañada de hermanas o primas que también querían ver ese otro mundo de oportunidades. Ya con 17 años, llegó donde Carlos Vecino y Zoila Lozada al barrio palmira a ayudarles en la tienda y a cuidar a su primera hija. Detrás del mostrador vio entrar y salir a mucha gente, pero su corazón palpito con más fuerza y sus ojos brillaron cuando el destino cruzó su mirada con la de un joven, andariego que conduciendo un camioncito de carga y con sencillos detalles supo conquistar su corazón…su nombre: Gilberto.
Se fueron a vivir juntos un 7 de agosto de 1961 al corregimiento El Centro, él con 27 y ella 17… y en mayo del 62 nacería el primero de diez hijos. Fueron años difíciles, en medio de la nada, en un rancho de bahareque y sin servicios públicos, pero con la fortaleza que da el amor para soportar las dificultades empezaron a construir su propia historia y las historias prolongadas de quienes germinaron de aquella relación y quienes por azares de la vida se vincularon a esta historia.
Caracterizada por la bravura de la mujer santandereana, echada pa´lante, sin estudio, pero con mucha inteligencia y sabiduría se dedicó a llevar la casa y la crianza de sus hijos. Una mujer de su tiempo que vivió-sufrió las fuertes expresiones de ese machismo, a veces cruel, petulante y regodiento de la cultura patriarcal. Sin embargo, como casi todas las mujeres de su época, guardaba todas esas cosas en su corazón con la esperanza y la convicción de que su dolor y sufrimiento sería la puerta de salida para que sus hijas, especialmente ellas, construyeran un mundo y una vida diferente.
Después de un tiempo a él lo contrataron en Ecopetrol y se mudaron a un barrio residencial en Barrancabermeja: Barrio el recreo, en la calle 7a Nº 26-30. En esta casa, en medio de los oficios como lavar, planchar y cocinar, ayudaba a sus hijos a hacer las tareas del colegio y les enseñó a hacer las tareas de la casa. También hubo tiempo para hacer un curso de modistería con la señora Miriam y por las noches, muchas veces sin luz, contar las anécdotas de su vida en el campo y los cuentos de mano conejo, entre otros.
Ha sido una buena administradora y por eso en casa siempre hubo, y hay, comida suficiente para propios y extraños. Nunca se quedó atrás con la moda, ni con el maquillaje, ni con los zapatos siempre le gusto verse bien... muy elegante. Para estrenar y comprar lo que se necesitaba tenía crédito en el almacén La Frontera, con don Luis que vendía las telas y con la señora Evelia en el barrio Palmira.
En 1985 inicia una nueva etapa familiar cuando la familia se traslada a Bucaramanga. En ese momento ella saca a relucir sus dotes de empresaria y administradora poniéndose al frente de La Tienda, el pequeño negocio de pensionados que sabiamente supieron tener. Allí lidió con los jubilados que jugaban dominó todas las noches, los trabajadores de la chocolatera que iban a merendar fiado, vecinos de todos los colores y sabores, y los estudiantes de la UIS a los que solo les alcanzaba para una bolsa de leche pequeña y una galleta como comida.
Como todas las cosas la tienda cumplió su ciclo y se vendió después de once años. Tiempo después vería partir de este mundo al menor de sus hijos, el pechichón...y después también a su esposo, amigo, confidente y compañero de mil batallas. Pero ella no es mujer de echarse a las penas ni de hacer gavillas en la tienda con las vecinas del barrio. Con el vaivén diario de hijos, hijas, nueras, yernos, nietos, nietas y mascotas tiene suficientes distracciones, preocupaciones y sobre todo alegrías para seguir con un propósito de vida.
Ya va llegando a los 80 y aunque las rodillas le duelen, tiene diabetes y está un poco sorda, aun se refleja en ella la fuerza y el vigor de aquella mujer que ha superado la adversidad que trae la pobreza económica, la falta de estudio y la violencia cultural, para sacar a su familia adelante y aun hoy seguir velando por cada uno de ellos pues, aunque sean muy doctores para la sociedad, para ella siguen siendo sus hijos y nietos a quienes puede regañar y corregir aun a su modo.
1 comentario:
Que hermosa historia tan real y hermoso homenaje a mi madre tan guerrera y luchadora que ahora disfruta de las miles de su. Merecida pensión.
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