jueves, 22 de mayo de 2025

MI MUNDO, TU MUNDO, NUESTROS MUNDOS

 En las redes sociales es común encontrar videos de personas que, al visitar otros países, se sorprenden porque en “ese lugar” las cosas se hacen, se nombran o se entienden de manera diferente. Se extrañan por los gestos, por el horario de las comidas, por las palabras que se usan para designar objetos cotidianos. Lo que para unos es completamente normal, para otros resulta desconcertante o incluso absurdo. Pero esa sorpresa no habla tanto del país visitado como del propio mundo del visitante.

Edmund Husserl, padre de la fenomenología, sostenía que el mundo —eso que llamamos la realidad— no es algo dado en sí, sino algo que cada quien construye desde una perspectiva vivida. Lo que llamamos “El Mundo”, en rigor, es mi mundo, tejido por las experiencias, sentidos, hábitos y horizontes que le dan forma a mi conciencia. Por eso, aunque compartimos el mismo planeta, no todos habitamos la misma realidad.

 

El mismo objeto —una comida, un saludo, un medio de transporte— puede tener significados radicalmente distintos dependiendo del mundo de quien lo mira. En un lugar, subir los pies a una silla puede ser un gesto de confianza; en otro, una falta grave de respeto. Un mismo producto puede considerarse saludable, cotidiano o incluso inapropiado, dependiendo del contexto cultural. No hay una verdad única que fije lo que “es correcto”, sino múltiples maneras de dar sentido. Y cada una es válida en su propio horizonte.

 

Las redes sociales, con su flujo constante de imágenes y relatos de otras vidas, están haciendo visible —aunque a veces de manera caricaturesca— esta diversidad de mundos. Ya no se necesita salir del país para entrar en contacto con lo diferente: basta un video de 30 segundos para que aparezca ante nosotros una manera de hablar, de vestirse o de preparar el desayuno que nos resulta ajena. Y es ahí donde se activa la posibilidad de ensanchar nuestra conciencia: de pasar del juicio a la pregunta, del rechazo a la comprensión.

 

La fenomenología nos invita a suspender nuestras certezas automáticas (suspender el juicio), a detenernos y decir: “Esto que me parece raro, ¿por qué me parece raro? ¿Qué mundo tengo yo detrás que hace que vea lo otro como extraño?”. En lugar de pensar que lo distinto está equivocado, podemos asumir que simplemente está enmarcado en otra perspectiva.

 

Y si somos coherentes, también aceptaremos que nuestras propias costumbres, nuestras maneras de nombrar y de hacer, no son más verdaderas que las de los demás. Son apenas eso: nuestras. Particularidades que hemos aprendido a considerar normales porque nacimos dentro de ellas.

 

La empatía no nace del sentimentalismo, sino del reconocimiento profundo de que el mundo no es “el” mundo, sino una construcción situada. Y que así como los otros nos parecen diferentes, también nosotros lo somos para ellos. Cuando aceptamos esto, dejamos de defender nuestras formas como universales y empezamos a dialogar desde un lugar más humilde.

Así, cada vez que veamos a alguien confundido o maravillado frente a nuestras costumbres, tal vez podamos reírnos con él —no de él— y reconocer en ese momento compartido la posibilidad de construir un mundo más amplio, más consciente, más nuestro.

 

Porque solo cuando comprendemos que “mi mundo” no agota lo que el mundo puede ser, comenzamos verdaderamente a habitarlo juntos.


Escuchar: https://www.youtube.com/watch?v=UU1uaDFheKc






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