En las redes sociales es común encontrar videos de personas que, al visitar otros países, se sorprenden porque en “ese lugar” las cosas se hacen, se nombran o se entienden de manera diferente. Se extrañan por los gestos, por el horario de las comidas, por las palabras que se usan para designar objetos cotidianos. Lo que para unos es completamente normal, para otros resulta desconcertante o incluso absurdo. Pero esa sorpresa no habla tanto del país visitado como del propio mundo del visitante.
Edmund Husserl, padre de la fenomenología, sostenía que el mundo —eso que llamamos la realidad— no es algo dado en sí, sino algo que cada quien construye desde una perspectiva vivida. Lo que llamamos “El Mundo”, en rigor, es mi mundo, tejido por las experiencias, sentidos, hábitos y horizontes que le dan forma a mi conciencia. Por eso, aunque compartimos el mismo planeta, no todos habitamos la misma realidad.
El mismo objeto —una comida, un saludo, un medio
de transporte— puede tener significados radicalmente distintos dependiendo del
mundo de quien lo mira. En un lugar, subir los pies a una silla puede ser un
gesto de confianza; en otro, una falta grave de respeto. Un mismo producto
puede considerarse saludable, cotidiano o incluso inapropiado, dependiendo del
contexto cultural. No hay una verdad única que fije lo que “es correcto”, sino
múltiples maneras de dar sentido. Y cada una es válida en su propio horizonte.
Las redes sociales, con su flujo constante de
imágenes y relatos de otras vidas, están haciendo visible —aunque a veces de
manera caricaturesca— esta diversidad de mundos. Ya no se necesita salir del
país para entrar en contacto con lo diferente: basta un video de 30 segundos
para que aparezca ante nosotros una manera de hablar, de vestirse o de preparar
el desayuno que nos resulta ajena. Y es ahí donde se activa la posibilidad de
ensanchar nuestra conciencia: de pasar del juicio a la pregunta, del rechazo a
la comprensión.
La fenomenología nos invita a suspender nuestras
certezas automáticas (suspender el juicio), a detenernos y decir: “Esto que me
parece raro, ¿por qué me parece raro? ¿Qué mundo tengo yo detrás que hace que
vea lo otro como extraño?”. En lugar de pensar que lo distinto está equivocado,
podemos asumir que simplemente está enmarcado en otra perspectiva.
Y si somos coherentes, también aceptaremos que
nuestras propias costumbres, nuestras maneras de nombrar y de hacer, no son más
verdaderas que las de los demás. Son apenas eso: nuestras. Particularidades que hemos aprendido a considerar
normales porque nacimos dentro de ellas.
La empatía no nace del sentimentalismo, sino del
reconocimiento profundo de que el mundo no es “el” mundo, sino una construcción
situada. Y que así como los otros nos parecen diferentes, también nosotros lo
somos para ellos. Cuando aceptamos esto, dejamos de defender nuestras formas
como universales y empezamos a dialogar desde un lugar más humilde.
Así, cada vez que veamos a alguien confundido o
maravillado frente a nuestras costumbres, tal vez podamos reírnos con él —no de
él— y reconocer en ese momento compartido la posibilidad de construir un mundo
más amplio, más consciente, más nuestro.
Porque
solo cuando comprendemos que “mi mundo” no agota lo que el mundo puede ser,
comenzamos verdaderamente a habitarlo juntos.
Escuchar: https://www.youtube.com/watch?v=UU1uaDFheKc
No hay comentarios.:
Publicar un comentario