jueves, 16 de octubre de 2008

EL BIEN NO HACE RUIDO

Octubre es el mes de las misiones. Un reconocimiento y gesto de solidaridad con los cientos de miles de misioneros regados por el mundo anunciando la buena noticia de la salvación. Entre todos ellos recuerdo con alegría y amor fraterno a los Misioneros de la Consolata con quienes tuve la fortuna de compartir importantes momentos de mi vida.

Eran los tiempos en que la teología de la liberación comenzaba a perder inexorablemente el terreno ganado en Medellín y Puebla (México) frente a un vaticano que abrazaba al neoliberalismo como fuente de la salvación terrenal y volvía por senderos ultraconservadores de la mano del entonces cardenal Ratzinger. Sin embargo aun sonaban los cánticos de la misa salvadoreña, nicaragüese y popular colombiana (con guabinas y torbellinos). Las comunidades eclesiales de base del Brasil y la figura de moseñor Oscar Arnulfo Romero alimentaban la esperanza de una sociedad más Justa; las reflexiones de frei Beto, Gustavo Gutiérrez y Leonardo Boff y las prédicas de los obispos Helder Cámara y Pedro Casaldáliga nutrían la fe de quienes habían optado por seguir el ejemplo de cristo viviendo entre los pobres y que lloraban sus Mártires regados en el camino hacia el Reino, como el sacerdote indígena paez Alvaro Ulcué Chocué.

Entonces éramos jóvenes y con ganas de “tragarnos el mundo”, nos reunimos en Medellín, venidos de todos los rincones del país. Allí escuche por primera vez de San Vicente del Caguán, Cartagena del Chairá, Toribio, Tacueyó, Pasacaballos, Puerto Badel y muchos pueblos más que hablan de nuestra diversidad étnica y cultural. Nuestro maestro, guía y compañero de camino, era el padre Salvador Medina, hoy Padre Provincial de los Misioneros de la Consolata en Colombia.

Salvador se empeñó en que nuestro paso por el Instituto no fuera para aprender a ser curas sino personas, de tal forma que si un día lo abandonábamos pudiéramos desempeñarnos en lo que fuera con el mismo espíritu y vocación que forjáramos allí. De Salvador aprendí lo que es hablar al entendimiento y no a la acción, un principio básico que me permitó años después, en mi formación universitaria, comprender la teoría de la acción comunicativa de jürgen Habermas y construir una caja de herramientas conceptuales para el desarrollo de múltiples proyectos en la pedagogía y el desarrollo comunitario. Además me quedó ese amor profundo por la mujer a través de la imagen de María que me recuerda permanentemente a mi madre y muchas madres, que sin comprender muy bien lo que hace sus hijos, los cuidan y apoyan, “guardando todo en su corazón”.

También hay dos frases que Salvador ponía de presente y que llevo conmigo desde entonces. Son las consignas del fundador del Instituto, el santo José Allamano: El Bien hay que hacerlo Bien y el Bien no hace ruido.

La primera me ha servido como código ético en el desarrollo de cualquier trabajo, no hay razón para no cumplir a cabalidad con aquello en lo que nos comprometemos y hacerlo de la mejor manera, más cuando el propósito siempre es una contribución al mejoramiento de las condiciones de vida de los otros o asuntos de interés general.

Lo segundo es el principio del amor, es un estilo de vida.

No hay comentarios.: