sábado, 10 de enero de 2009

ENTRE EL ABURRIMIENTO Y LA PRISA

La vida humana se desenvuelve en las coordenadas del espacio-tiempo y en ese marco el ser humano le apuesta a una forma de resolver su relación con la naturaleza externa, consigo mismo y con los otros; la manera como decida resolverlo es lo que determina una cultura.

Para quienes hacemos parte de lo que se llama occidente y hemos heredado la visión judeo-cristiana del mundo y la idea de un cosmos organizado según nuestra forma racional del pensamiento, tenemos una relación lineal con el tiempo: pasado, presente y futuro. Por eso cada 365 días, en nuestro calendario gregoriano, el 31 de diciembre constituye un punto crítico donde se juntan los recuerdos del pasado, las ilusiones del futuro y la agonía del presente, y se ahogan en un mar de ritos, mitos, agüeros, promesas, bendiciones, festejos, risas y llantos.

Sin embargo este afán por marcar el tiempo en fechas o períodos y la necesidad de entenderlos no siempre fue así; eso lo vemos en el calendario azteca que esta más conectado con la naturaleza o los calendarios lunares que le dan al tiempo esa aura de misterio y misticismo que no tiene el nuestro. Por eso hay quienes dicen que la temporalidad se entiende mejor por lados de la literatura y la poesía; así lo encontramos en Borges: Mirar el río hecho de tiempo y agua // Y recordar que el tiempo es otro río, // Saber que nos perdemos como el río // Y que los rostros pasan como el agua. Nos reconocemos inmersos en el río del tiempo “fluyendo con él” cargando nuestros recuerdos del pasado y preocupándonos por la incertidumbre del futuro, por eso queremos atrapar el tiempo o adivinar el futuro y entre una idea y la otra nos perdemos del presente.

Adicionalmente, en medio de todo, esta la imposición del comercio que ve en esta ilusión de querer saber lo que viene, una oportunidad de vender futuro: uvas, velas, cucos amarillos, huevos, maletas, espigas, lentejas, papas e innumerables etcéteras, que se vuelven incuestionables en la última hora del 31 de diciembre, y que además nos envuelve en un frenesí de compras de cosas que no necesitamos. 

La miseria humana es no poder desenvolverse en su dimensión natural espacio-tiempo. Cada vez vivimos con menos espacio y no tenemos tiempo, o lo que es peor tenemos mucho tiempo; porque en un período donde la prisa marca el ritmo de la vida tener tiempo se ha vuelto más tortuoso que no tenerlo; y así entre el aburrimiento y el tiempo saturado se nos pasa la vida. 

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