jueves, 17 de marzo de 2011

A BETO

En verdad os digo que si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos (Mateo 18:03).
Así vivió Beto toda su vida, como un niño: sin malicia, en lo esencial, sin apariencias, con imaginación y con un poco de egoísmo, ese que caracteriza a los niños cuando quieren algo única y exclusivamente para ellos.

De niño fue más niño que los demás, casi resistiéndose a crecer. Como aquella vez en que lloró y lloró porque quería tomarse una foto disfrazado de Pitufo, quizá el último disfraz infantil de día de brujas pues ya estaba grande para esas cosas.

La pubertad le trajo el vicio propio de quienes crecieron finalizando el siglo XX: los video-juegos. Se volvió un experto imbatible en Mario Bros. Tendrían que pasar horas y horas para que otros pudieran jugar. Se sabía todos los movimientos, las trampas y los trucos para salir de ellas. Ni siquiera las nuevas generaciones del siglo XXI pudieron destronarlo.

Con alma de niño se divirtió como muchos con las aventuras del chapulín colorado y el chavo del ocho, pero sobre todo con las historias de Los Simpson a quienes citaba de manera frecuente para referir alguna situación o circunstancia del mundo familiar o laboral. La televisión fue su adicción mayor; gozó viendo y cantando la serie Escalona y saboreo cada capítulo de Smallville.

De adulto no pudo dejar hábitos de la niñez como tomar tinto con pan al levantarse y al acostarse un vaso gigante de chocolisto con “un pedacito de pan”. Este hábito lo llevo a convertirse en un hombre gordo–gordo como lo recuerda hoy su pequeña hija y su amada esposa.

Con alma de niño se hizo profesional y vivió una vida recta, sin atajos y un No rotundo al todo vale. Hubiese sido un buen discípulo de Antanas. Pero en una sociedad cercada por la corrupción, el egoísmo y la vanidad, sus virtudes le generaban envidias, incomprensiones y a veces malos tratos.

Estoy plenamente convencido que Beto nació para ser Santo. “Porque se hizo agradable a Dios, y como vivía entre los pecadores, fue trasladado de este mundo. Fue arrebatado para que la maldad no pervirtiera su inteligencia ni el engaño sedujera su alma. Porque el atractivo del mal oscurece el bien y el torbellino de la pasión altera una mente sin malicia. Llegado a la perfección en poco tiempo, alcanzó la plenitud de una larga vida. Su alma era agradable al Señor, por eso, él se apresuró a sacarlo de en medio de la maldad. La gente ve esto y no lo comprende; ni siquiera se les pasa por la mente que los elegidos del Señor encuentran gracia y misericordia, y que él interviene en favor de sus santos” (sabiduría 4:10)
Estas palabras son para recordar a Beto, el negro, y agradecerle su ejemplo en la sencillez de la vida, la alegría del momento y la esperanza de la vida eterna que lleva consigo quienes transitan por la ruta del bien.

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