De repente desfilan ante mí recuerdos de sueños pasados, los propios y los ajenos. Recuerdo aquella historia de un amigo en la que él fingiendo dormir veía como su almohada se deslizaba bajo su cama y a hurtadillas se dirigía hacia la ventana, trepaba al techo y allí se encontraba con otras almohadas en un gran festín con danzas y copas. Cada almohada era la imagen de su dueño. Estaba la almohada que dejaba asomar su barriga bajo las fundas y repartía hamburguesas a los invitados; la almohada con gafas de aumento que hablaba de astronomía ante un círculo de almohaditas que la escuchaban con emoción y anhelo; también estaban las almohadas vanidosas que comparaban entre sí las marcas de sus fundas, la calidad de la tela y el corte; en otro lado están las almohadas sin funda, untadas de comida y chorreadas con salsas y gaseosas; no podían faltar las almohadas señoronas que se escandalizan por todo y chismosean entre sí tapándose la boca para que nadie se dé cuenta; las almohadas indiferentes y las que se ríen todo el tiempo; y así transcurre esa noche hasta asomar la aurora cuando las almohadas se despiden y cada una regresa a su casa y a su cama sin que el humano se percate.
En esas estaba, extasiado con los recuerdos
de aquellas historias fantásticas cuando de pronto tengo la sensación de que
alguien está detrás de mí, giro mi cabeza y ahí está ella, solitaria y envuelta
en su luz blanca… volteo la mirada y ya no está. Las cosas retoman su color
natural. Ahora tengo recuerdos del pasado y propósitos para el futuro, nuevamente
hay algo de tensión. Entonces me cuestiono otra vez. ¿Qué es esta experiencia que
se tambalea entre lo fantasmagórico y lo onírico al mismo tiempo? ¿Es solo un
sueño, un desvarío o es esta la realidad?
Entonces comprendo que cuando uno aparece
como protagonista de una historia y es capaz de fijarse en los más pequeños
detalles del tacto, el gusto y el olfato, además de desenvolverse en un ambiente
despreocupado y amoroso, es porque se está viviendo un sueño, así este despierto.
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