Decir que no se es papá solo por engendrar resulta algo obvio y en los tiempos actuales quizá hasta ofensivo.
Crecí en una familia tradicional, nuclear y extensa, donde predominaba la
figura de la autoridad en aquel Padre ausente y trabajador (pero siempre
presente) sobre cuya figura, un tanto fantasmagórica e imaginaria, mi madre
impartía castigos o amenazas y los hijos
hacíamos caso. Aunque debo decir que papá también fue un hombre afectuoso,
cariñoso y sobre todo, un hombre con la inteligencia y la sabiduría necesaria
para entender, comprender, valorar y apoyar las aptitudes de sus hijos.
Sin embargo, el mundo (nuestra representación del mundo) ha ido cambiando y
con los nuevos giros culturales relacionados con la equidad de género, la
inteligencia emocional, el desarrollo integral y el derecho a la ternura, entre
otros, el rol de padre ya no se ampara ni se justifica en la proveeduría de la
familia.
Cuando mis hijos nacieron sentí alegría, pero mi trabajo implicaba
ausentarme y estar en casa cada ocho o quince días. Por suerte a la familia no
le faltaba nada material, era un buen proveedor. Pero la vida tiene sus vueltas
o como dicen por ahí “Dios sabe como hace sus cosas” y el trabajo terminó y en
poco tiempo sobrevino la Pandemia que nos obligó a estar en casa (desespero
para muchos, alegría para otros).
Gracias a estas circunstancias, poco a poco, he ido descubriendo el mundo
de los niños. He podido observar, escuchar, entender y tratar de comprender su
manera de relacionarse con el mundo: la construcción del sentido de las cosas, los
procesos de aprendizaje con sus obstáculos y motivaciones, la sensibilidad
frente a la naturaleza, más el surgimiento, control y descontrol de emociones.
Entonces he ido asimilando situaciones, acomodando conceptos y construyendo
aprendizajes sobre esto de ser papá.
En síntesis, no se puede ser papá teóricamente; es decir no se puede ser
papá sin la interacción cotidiana con los hijos y, en mi caso, sin la mamá, porque
la diferencia de opiniones por la perspectiva en que se asumen los problemas y
el horizonte de mundo que les subyace generan ese conflicto necesario que nos
hace pasar al siguiente nivel y el redireccionamiento de la vida familiar.
Hoy puedo decir que el oficio de papá no es un viaje en crucero por aguas
mansas, al contrario, es un viaje en una barca pequeña por un mar picado que
nos salpica incesantemente y al que nos subimos sin ninguna experiencia de
navegación pero, que con los sentidos bien puestos, la mente abierta para
descubrir lo que hay que descubrir y una coequipera dispuesta a la misma
aventura, se aprende a interpretar las señales de afuera y de adentro para
intentar llegar a buen puerto.
El oficio de papá es una construcción social que inicia con un acontecimiento
biológico (nacimiento del hijo-hija) el que nos vamos relacionando y construyendo sentidos
desde diferentes perspectivas de la dimensión humana y que nos ayuda a ampliar
el horizonte de nuestra vida.
Quizá el oficio de mamá sea algo parecido…ojalá nos puedan contar.
3 comentarios:
Es un análisis sencillo y profundo a la vez. A ser padres se aprende remando. Y esas figuras materna y paterna son las que le dan el verdadero condimento a la vida o el sin sabor a la misma.
Es un análisis sencillo y profundo a la vez. A ser padres se aprende remando. Y esas figuras materna y paterna son las que le dan el verdadero condimento a la vida o el sin sabor a la misma.
El oficio de ser mamá va mucho más allá de la comprensión humana, un hijo está tan arraigado a la madre que durante 9 meses son dos en uni y ese vínculo traspasa las fronteras mentales. La conexión de alma y espíritu supera el mero vínculo afectivo. El "oficio" de ser madre se extiende en el infinito amor que crece y perdura para siempre, a pesar del tiempo, de la distancia, a pesar de la muerte. Bendiciones.
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