Que las dimensiones social y medioambiental estén al mismo nivel que el ámbito financiero es uno de los postulados de la Economía de Impacto, una propuesta que -como otras- busca alternativas al calentamiento global y la desigualdad que es donde nos han conducido la visión de la economía centrada en el crecimiento económico a expensas del bienestar social y el equilibrio de los ecosistemas.
Para no generar malos entendidos hay que dejar claro que “La
economía de impacto es una economía de mercado. Se basa en la efectividad y la
eficiencia del mercado, el emprendimiento y la competitividad. Además, permite
a los individuos y a las organizaciones la libertad para perseguir sus propias
ideas y proyectos. Pero su singularidad reside en que espera que sus
participantes puedan, de manera simultánea, satisfacer sus necesidades y tener
un impacto positivo sobre la sociedad y el planeta” (Impact Economy
Foundation, 2021).
Desde hace décadas la humanidad ha venido planteando distintas
teorías, estrategias y mecanismos en procura de prolongar su existencia con las
generaciones futuras garantizándoles un mundo adecuado para su supervivencia.
Teorías como el desarrollo a escala humana, el decrecimiento económico, el
crecimiento inclusivo, las empresas con propósito, el comercio justo, la economía
circular, el consumo ético, los presupuestos del bienestar, la economía del
bien común y otras tantas que buscan encontrar un mejor equilibrio entre el
retorno financiero con los beneficios ambientales y sociales. Sin embargo para
no entrar en discusiones epistemológicas aclaro que mi perspectiva en este caso
se basa en lo que se ha llamado la economía de impacto.
Entendemos como Impactos a aquellos cambios y
afectaciones que experimentan las personas por causa de un proyecto; y que estos
cambios pueden ser medibles, positivos o negativos, intencionados o no
intencionados, tangibles o intangibles[1]. Estos
impactos se pueden medir identificando y cuantificando métricas consensuadas
con los grupos de interés y de esta forma valorar los cambios que experimentan,
permitiéndole a las empresas trazar una hoja de ruta de intervenciones asertivas,
eficientes y eficaces para su propósito de cumplir a cabalidad con los términos
de su contrato y a las comunidades de sus áreas de influencia aprovechar al
máximo y de manera óptima los beneficios de los proyectos.
Dicho esto quiero centrar mi atención en los Impactos Sociales que generan los grandes proyectos de infraestructura vial, especialmente los que van en doble calzada y son concesionados, pues aunque el país ha venido avanzando en la modernización de sus vías y la estructuración de los proyectos cada vez avanzan más en consideraciones de tipo ambiental y social, la realidad es que estos dos factores -como me lo dijo alguna vez un ingeniero- no son determinantes en una licitación; posición que se refleja también en su ejecución donde prima el afán de entregar tramos de carretera y el tema social es simplemente algo con lo que se cumple a rajatabla por las obligaciones contractuales.
Pero el mundo cambió y los colombianos no somos
ajenos. Antes no pesaba el calentamiento global, la desigualdad,
la exclusión, estábamos acostumbrados a ser parte de una violencia
cultural que legitimaba las otras formas de violencia. Así eran las cosas y no
había nada que hacer pero como dije, el mundo cambió aunque hay quienes no se
quieren quitar la venda.
Estamos
en un punto de inflexión donde las empresas deben trascender el éxito financiero y considerar, en el mismo nivel, los beneficios
sociales y ambientales que generan
los proyectos especialmente en las comunidades de sus áreas de influencia.
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