Nuestra vida es un
continuo de relaciones que se dan con la naturaleza externa, los estados de
cosas que creamos, los demás y nosotros mismos. Estos
ámbitos pueden diferenciarse en tres dimensiones o "mundos": el mundo
objetivo, referido a los hechos y realidades externas; el mundo social, que
comprende las normas, instituciones y relaciones intersubjetivas; y el mundo
subjetivo, al cual tenemos un acceso privilegiado como individuos. La validez
de nuestras expresiones en cada uno de estos mundos depende de su capacidad
para cumplir con las pretensiones de validez del discurso: la verdad (para el
mundo objetivo), la rectitud normativa (para el mundo social) y la veracidad (para el mundo subjetivo). Solo a través de un diálogo racional y abierto, en
el que estas pretensiones sean reconocidas y criticadas intersubjetivamente,
podemos alcanzar una comprensión mutua y construir consensos que fortalezcan
nuestra vida en común.
De esta manera,
cuando nos referimos a algo en el mundo objetivo, la expectativa de nuestro
interlocutor es que aquello que se dice sea verdadero; es decir, que lo que se
afirma corresponda con la cosa referida o con un estado de cosas que
efectivamente existe. Esta pretensión de validez en el ámbito objetivo se basa
en la idea de que nuestras afirmaciones deben estar respaldadas por hechos
verificables y evidencias concretas. Por ejemplo, si una persona A invita a B a
ver una película en el cine, pero resulta que en el sitio donde están no hay
cines, el enunciado de A resulta falso. En el campo de la política, un
gobernante que promete construir un tren elevado por determinada zona sin
considerar las condiciones geográficas, financieras, ambientales y sociales
está emitiendo un enunciado sin validez en el mundo objetivo, ya que no se basa
en hechos comprobables.
En el mundo social,
, por otro lado, las pretensiones de validez se orientan hacia la
corrección normativa. Aquí, lo que se espera es que nuestras acciones y
decisiones estén en consonancia con las normas, valores y expectativas
compartidas por la comunidad. La validez en este ámbito no depende tanto de la
correspondencia con hechos objetivos, sino de la aceptabilidad y justificación
de nuestras acciones dentro de un marco normativo. Retomando
el ejemplo de la invitación al cine, si dicho cine existe y tiene una cartelera
con horarios definidos, la invitación será correcta si la hora de la invitación
coincide con los horarios programados; de lo contrario, será incorrecta. En el
campo de la política, un ejemplo de validez en el mundo social ocurre cuando un
funcionario promete que aplicará una política pública en conformidad con la
legislación vigente y los procedimientos administrativos establecidos. Si lo
hace de acuerdo con la normativa, su acción será correcta; si no, su enunciado
carecerá de validez en este ámbito.
En el mundo subjetivo, la pretensión de validez se relaciona con la autenticidad y la sinceridad. Cuando expresamos nuestras emociones, deseos o intenciones, lo que se espera es que estas expresiones sean genuinas y reflejen fielmente nuestro mundo interior. La validez aquí no se mide por la correspondencia con hechos externos o normas sociales, sino por la coherencia interna y la honestidad con la que nos presentamos ante los demás. Siguiendo el ejemplo del cine, si la persona A dice a B que la invitación es solo por el interés en la película y el disfrute de la compañía en un marco de amistad, la veracidad del enunciado solo podrá comprobarse si realmente esa es la intención de A. Sin embargo, B puede dudar de su veracidad basándose en experiencias previas o en las expresiones y emociones que manifieste A. En la política, los enunciados de este tipo son comunes en los discursos donde los líderes dicen expresar empatía y emociones como dolor, tristeza o alegría frente a la realidad del otro, pero en realidad solo buscan obtener sus votos sin una verdadera preocupación por las necesidades de los ciudadanos. Es decir, que su discurso no es sincero.
Las pretensiones de
validez en los tres mundos —objetivo, social y subjetivo— son fundamentales
para establecer relaciones significativas y coherentes. Cada ámbito exige un
tipo diferente de justificación y validación, pero todos convergen en la
necesidad de que nuestras afirmaciones, acciones y expresiones sean reconocidas
como legítimas y creíbles por quienes interactúan con nosotros. En la medida en
que comprendemos estas diferencias, podemos comunicarnos de manera más efectiva
y fortalecer la confianza en nuestras interacciones diarias.
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