El modelo propuesto se estructura en torno a cinco componentes interrelacionados que abarcan todo el ciclo de la gestión social, desde el diagnóstico inicial hasta la evaluación y mejora continua:
Diagnóstico participativo y contextualizado
El punto de partida para una gestión social efectiva es un diagnóstico
que permita comprender en profundidad las características, necesidades,
potencialidades y dinámicas del territorio y sus habitantes. Desde la
perspectiva de la acción comunicativa, este diagnóstico no puede ser un
ejercicio técnico realizado exclusivamente por especialistas externos, sino un
proceso participativo donde los diferentes actores locales contribuyen con sus
conocimientos, experiencias y perspectivas a la construcción de una comprensión
compartida de la realidad territorial.
Este diagnóstico debe ser integral, abarcando no solo aspectos socioeconómicos y demográficos, sino también dimensiones culturales, históricas, ambientales, políticas y simbólicas que configuran la identidad y dinámica de las comunidades. Debe prestar especial atención a la diversidad interna de los grupos sociales, identificando diferentes intereses, necesidades y visiones que puedan existir en función de variables como género, edad, etnicidad, ocupación o nivel socioeconómico.
Metodológicamente, el diagnóstico participativo puede utilizar
una combinación de técnicas cuantitativas y cualitativas, adaptadas a las características culturales de cada contexto. Encuestas, entrevistas, grupos focales,
mapeos comunitarios, recorridos territoriales, historias de vida y otras herramientas pueden complementarse para obtener una visión multidimensional y dinámica de la realidad
local. Lo fundamental es que estas técnicas se apliquen de manera dialógica, creando
espacios donde los diferentes actores
puedan expresar sus perspectivas en condiciones de respeto mutuo
y donde el conocimiento se construya colectivamente.
Un aspecto clave de este componente es la identificación temprana de los diferentes actores involucrados o potencialmente afectados por el proyecto, así como el análisis de sus intereses, preocupaciones, capacidades y relaciones. Este mapeo de actores debe ser dinámico, reconociendo que las posiciones e interrelaciones pueden cambiar a lo largo del tiempo, y debe servir como base para diseñar estrategias de comunicación y participación adaptadas a las características específicas de cada grupo.
Diseño colaborativo de estrategias
A partir del diagnóstico participativo, el segundo componente del modelo
consiste en el diseño colaborativo de las estrategias de gestión social que orientarán
la relación entre el proyecto y las comunidades. Desde la perspectiva de la
acción comunicativa, este diseño no puede ser una imposición unilateral de la
empresa o institución promotora del proyecto, sino un proceso
de co-creación donde los diferentes actores contribuyen a definir objetivos, prioridades, enfoques
y acciones específicas.
Este diseño colaborativo debe partir de una visión compartida sobre el
desarrollo territorial, construida a través de procesos deliberativos que
permitan integrar diferentes perspectivas y aspiraciones. Esta visión no implica unanimidad o ausencia de diferencias, sino un marco de referencia común que reconoce
la diversidad de intereses
y busca puntos de convergencia que permitan la acción coordinada en torno a objetivos
compartidos.
A partir de
esta visión, se pueden definir conjuntamente líneas estratégicas de intervención que respondan tanto
a las prioridades comunitarias como a los objetivos
empresariales e institucionales. Estas líneas deben
abordar no solo la mitigación de impactos negativos del proyecto, sino también la potenciación de oportunidades de desarrollo sostenible para el territorio, buscando sinergias entre las capacidades y recursos de los diferentes actores involucrados.
Un aspecto fundamental de este componente es la definición participativa de acuerdos y compromisos claros entre las
partes, estableciendo responsabilidades, plazos, recursos y mecanismos de seguimiento para cada acción
prevista. Estos acuerdos
deben documentarse adecuadamente y comunicarse ampliamente a todos los
actores involucrados, creando un marco de referencia común que oriente las
interacciones futuras y permita evaluar el cumplimiento de los compromisos asumidos.
El diseño colaborativo debe incluir también la planificación de los
mecanismos de comunicación y participación que se mantendrán a lo largo
de todo el ciclo del proyecto.
Esto implica definir espacios, canales, frecuencias y metodologías para el
diálogo continuo entre los diferentes actores, asegurando que estos mecanismos
sean accesibles, inclusivos y culturalmente adaptados a las características de
cada contexto.
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