En uno de sus textos sobre análisis de la Política en Colombia dice el profesor Alejo Vargas que “el surgimiento de los Partidos Políticos correspondían a lo que se podría considerar una idea moderna, la posibilidad de los ciudadanos y del pueblo, en el sentido moderno del mismo, de organizarse racionalmente, libres de ataduras de todo tipo, en colectividades que expresaran identidades ideológicas y una vocación de dirigir el Estado. Sin embargo, en la Colombia de mediados del siglo XIX no existían ni Ciudadanos ni Pueblo en la acepción moderna. Por ello la idea moderna de Partido terminó acomodándose en la estructura tradicional de tipo caudillista y gamonalista, y los Partidos Políticos tradicionales van a tener como características originarias las siguientes: el carácter vertical y multiclasista; una tendencia hereditaria y adscriptiva de reclutamiento; la concentración de sus militantes en regiones específicas; la vaguedad, imprecisión y alta emotividad de sus "racionalizaciones" ideológicas.” Lamentablemente en el siglo XXI esta realidad no ha cambiado mucho.
Quizá por esta realidad las nuevas generaciones no le encuentran mucho sentido a la política, asociando la acción política a los Partidos, a los que ven como algo arcaico, que no le dice nada al ciudadano de hoy que se debate entre un mundo modernizante y un espíritu posmoderno.
En lo personal nunca he estado vinculado a los partidos tradicionales, a pesar de un padre conservador y una madre liberal (godo y cachiporra como se decía antes), tampoco he pertenecido a organizaciones de izquierda a pesar de mi formación en medio de las huelgas de Ecopetrol, los paros cívicos en Barrancabermeja y mis estudios de sociología; nunca me he declarado militante de ningún grupo o partido, ni seguidor de persona alguna; siempre he guardado la esperanza, en política, de coadyuvar en la construcción de un Partido en el sentido moderno de su término.
Por esa razón cuando surgió en el escenario nacional una nueva opción, una propuesta política que prometía estar a tono con el nuevo siglo, prometiendo una estructura organizacional moderna, gobernada con los argumentos de la razón, sin caudillismos, vaguedades o imprecisiones y como puente eficaz entre el Estado y el Ciudadano, al igual que muchos colombianos creí encontrar ese espacio desde donde comenzaría a cambiar la historia política del país.
Sin embargo, el entusiasmo no duró mucho y ahora que el país se alista para una nueva faena electoral, en regiones y municipios, esa nueva fuerza que prometía el cambio, ha terminado enredándose en sus propios sofismas, aparecen oportunistas que pregonan aquello que es evidente al sentido común como una evolución de las ideas y un nuevo caudillismo montañero disfrazado de títulos académicos que una sociedad de espíritu feudal fácilmente confunde con un título nobiliario, es decir, como si el doctor (Ph.D) de hoy fuese el duque del ayer. Adiós a la esperanza que prometía su color, se ha desvanecido como pompas de jabón.
Seguiremos soñando, con los pies en la tierra, construiremos el hombre nuevo de la política en la espiral del tiempo social que viven nuestra Nación.
Quizá por esta realidad las nuevas generaciones no le encuentran mucho sentido a la política, asociando la acción política a los Partidos, a los que ven como algo arcaico, que no le dice nada al ciudadano de hoy que se debate entre un mundo modernizante y un espíritu posmoderno.
En lo personal nunca he estado vinculado a los partidos tradicionales, a pesar de un padre conservador y una madre liberal (godo y cachiporra como se decía antes), tampoco he pertenecido a organizaciones de izquierda a pesar de mi formación en medio de las huelgas de Ecopetrol, los paros cívicos en Barrancabermeja y mis estudios de sociología; nunca me he declarado militante de ningún grupo o partido, ni seguidor de persona alguna; siempre he guardado la esperanza, en política, de coadyuvar en la construcción de un Partido en el sentido moderno de su término.
Por esa razón cuando surgió en el escenario nacional una nueva opción, una propuesta política que prometía estar a tono con el nuevo siglo, prometiendo una estructura organizacional moderna, gobernada con los argumentos de la razón, sin caudillismos, vaguedades o imprecisiones y como puente eficaz entre el Estado y el Ciudadano, al igual que muchos colombianos creí encontrar ese espacio desde donde comenzaría a cambiar la historia política del país.
Sin embargo, el entusiasmo no duró mucho y ahora que el país se alista para una nueva faena electoral, en regiones y municipios, esa nueva fuerza que prometía el cambio, ha terminado enredándose en sus propios sofismas, aparecen oportunistas que pregonan aquello que es evidente al sentido común como una evolución de las ideas y un nuevo caudillismo montañero disfrazado de títulos académicos que una sociedad de espíritu feudal fácilmente confunde con un título nobiliario, es decir, como si el doctor (Ph.D) de hoy fuese el duque del ayer. Adiós a la esperanza que prometía su color, se ha desvanecido como pompas de jabón.
Seguiremos soñando, con los pies en la tierra, construiremos el hombre nuevo de la política en la espiral del tiempo social que viven nuestra Nación.
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