viernes, 8 de noviembre de 2013

…Y EN LA HORA DE NUESTRA MUERTE….

Dios te salve María, le dijo el ángel a la joven virgen en el pueblo de Nazaret. El Ave María es sin duda la oración que más me gusta y por sobre todo esta introducción que es un saludo de vida, de paz, de alegría y de triunfo. Es un saludo de la realeza, de Dios que es el Rey del Universo, que lo hace llegar a ella a través de su arcángel, para dejar claro desde el principio que ella es única entre toda la humanidad, elegida y ungida para ser Madre del Creador, porque está “llena de Gracia”, es decir que ha sido concebida sin pecado, por pura Gracia.

María es una mujer joven y vive esta experiencia que no alcanza a comprender en su dimensión pero la acepta con humildad “he aquí a la esclava del Señor” y durante su vida vivirá muchos momentos en la formación de su hijo que no alcanza a comprender y sin embargo lo apoya y medita en silencio…  y María guardaba todas estas cosas en su corazón”. Por eso me gusta la Oración y la figura de María, que he podido palpar cada día en aquellos pequeños detalles que tienen nuestras madres (hermanas, primas, esposas y amigas) con cada uno de nosotros (hijos, sobrinos, primos, esposos, amigos) que son cosas que van desde los grandes sacrificios como el trabajo diario, pasando por privarse de un gusto para dárselo a sus hijos o de una comodidad para el disfrute de aquellos, hasta las cosas simples de la vida cotidiana, como hacer el tinto en las mañanas, el agua-panela al medio día, prender una vela para que le vaya bien en los exámenes o levantarse a media noche para asegurarse que su hijo está en el cuarto, y  además, lidiar con muchas cosas incomprensibles para su entendimiento y guardarlas amorosamente en su corazón humilde para irse llenando de sabiduría.

Crecí con este amor por María, especialmente en su advocación de la Virgen del Carmen, pues fue en una parroquia consagrada a ella que nos criaron y donde use por primera vez un escapulario. Sentir su presencia es sinónimo de tranquilidad y seguridad.

Pero... debo confesar que la segunda parte de la oración siempre la recité de manera mecánica. Sin embargo, un giro inesperado de la vida me hizo detenerme en ella:           “… ruega por nosotros, los pecadores, ahora, y en la hora de nuestra muerte…”  Somos pecadores y solo la misericordia de Dios permite que su Madre, María, sea también Madre nuestra y se tome la tarea de “rogar” por nosotros, todos los días de la vida, “ahora” y cuando estamos próximos a la muerte. Pero cómo sabemos cuál es la hora de nuestra muerte? La mayoría no lo sabe, y otros pueden vivir esta experiencia que en realidad nadie sabría qué tan dolorosa o amable puede ser.

Recuerdo que ocho días antes de su muerte, mi papá sufrió una convulsión y su cuerpo quedó desconectado del cerebro, dicen los testigos que sus últimas palabras estuvieron dirigidas a mi mamá “mija… yo la quiero mucho” y su voz se ahogó y sus fuerzas se agotaron. En adelante se le debió administrar comida por sonda y sus ojos entre-abiertos, vidriosos e inexpresivos, sin saber si había entendimiento en lo que veían reflejaban  la proximidad de la muerte…era como una vela que se apagaba muy lentamente. 

Este es el recuerdo más triste y doloroso de los últimos días de mi papá. Me despedí de él cuando lo llevaban a la Clínica y yo viajaba a cumplir con mi trabajo;  Allí murió, rodeado del amor de sus hijos y su esposa. Siempre pienso en este momento y de alguna manera me tranquiliza saber que en esas horas de angustia y desespero, siempre tuvo a María, Madre Nuestra, a su lado, rogando por su alma, porque mi papá siempre se encomendó a ella y nos enseñó a amarla… y ella lo amó a él siempre… en cada Hora de la vida… y estuvo con él en La Hora de su muerte…  Amén.

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