María es
una mujer joven y vive esta experiencia que no alcanza a comprender en su
dimensión pero la acepta con humildad “he
aquí a la esclava del Señor” y durante su vida vivirá muchos momentos en la
formación de su hijo que no alcanza a comprender y sin embargo lo apoya y
medita en silencio… “y María guardaba todas estas cosas en su
corazón”. Por eso me gusta la Oración y la figura de María, que he podido
palpar cada día en aquellos pequeños detalles que tienen nuestras madres
(hermanas, primas, esposas y amigas) con cada uno de nosotros (hijos, sobrinos,
primos, esposos, amigos) que son cosas que van desde los grandes sacrificios como
el trabajo diario, pasando por privarse de un gusto para dárselo a sus hijos o
de una comodidad para el disfrute de aquellos, hasta las cosas simples de la
vida cotidiana, como hacer el tinto en las mañanas, el agua-panela al medio día,
prender una vela para que le vaya bien en los exámenes o levantarse a media
noche para asegurarse que su hijo está en el cuarto, y además, lidiar con muchas cosas
incomprensibles para su entendimiento y guardarlas amorosamente en su corazón
humilde para irse llenando de sabiduría.
Crecí con
este amor por María, especialmente en su advocación de la Virgen del Carmen,
pues fue en una parroquia consagrada a ella que nos criaron y donde use por primera
vez un escapulario. Sentir su presencia es sinónimo de tranquilidad y
seguridad.
Pero...
debo confesar que la segunda parte de la oración siempre la recité de manera
mecánica. Sin embargo, un giro inesperado de la vida me hizo detenerme en ella: “… ruega
por nosotros, los pecadores, ahora, y en la hora de nuestra muerte…” Somos pecadores y solo la misericordia de Dios
permite que su Madre, María, sea también Madre nuestra y se tome la tarea de
“rogar” por nosotros, todos los días de la vida, “ahora” y cuando estamos
próximos a la muerte. Pero cómo sabemos cuál es la hora de nuestra muerte? La
mayoría no lo sabe, y otros pueden vivir esta experiencia que en realidad nadie
sabría qué tan dolorosa o amable puede ser.
Recuerdo
que ocho días antes de su muerte, mi papá sufrió una convulsión y su cuerpo
quedó desconectado del cerebro, dicen los testigos que sus últimas palabras
estuvieron dirigidas a mi mamá “mija… yo
la quiero mucho” y su voz se ahogó y sus fuerzas se agotaron. En adelante
se le debió administrar comida por sonda y sus ojos entre-abiertos, vidriosos e
inexpresivos, sin saber si había entendimiento en lo que veían reflejaban la proximidad de la muerte…era como una vela
que se apagaba muy lentamente.
Este es el
recuerdo más triste y doloroso de los últimos días de mi papá. Me despedí de él
cuando lo llevaban a la Clínica y yo viajaba a cumplir con mi trabajo; Allí murió, rodeado del amor de sus hijos y su
esposa. Siempre pienso en este momento y de alguna manera me tranquiliza saber que
en esas horas de angustia y desespero, siempre tuvo a María, Madre Nuestra, a
su lado, rogando por su alma, porque mi papá siempre se encomendó a ella y nos
enseñó a amarla… y ella lo amó a él siempre… en cada Hora de la vida… y estuvo
con él en La Hora de su muerte… Amén.
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