Con la concepción del mundo moderno (en occidente),
surgida del proceso de desencantamiento de las representaciones religiosas del
mundo, la razón colonizó todas las esferas de la vida humana potenciando el
desarrollo de los saberes definidos por la acción teleológica y, a su vez, limitando el desarrollo de otras esferas como la social y la subjetiva que no
se definen exclusivamente desde la razón y menos aún desde la racionalidad
instrumental.
La aplicación del modelo racional en todas las
esferas del Desarrollo Humano ha propiciado dinámicas sociales
con tendencias homogenizantes, reduciendo la diversidad de perspectivas que se
generan en los Mundos de Vida Cotidianos a la perspectiva única del desarrollo
científico y tecnológico. Esta reducción del Mundo de la Vida, a mundo de
objetos, se destaca como una de las circunstancias generadoras de la crisis de la misma Modernidad. Pues si bien el Mundo de la
Vida, constituye la base desde donde se construyen los saberes especializados,
sus dinámicas no obedecen a una determinación estrictamente racional sino que,
por el contrario, surge en un plexo de relaciones complejas que involucran no
sólo distintas racionalidades sino otras formas de pensamiento. En tal sentido,
la concepción de un mundo como expresión de una razón monológica,
individualista y egocéntrica, sobre la que se construyó la Modernidad, es en sí
misma el origen de su propia crisis, la cual ha suscitado distintas lecturas
sobre la época que actualmente vivimos.
Para muchos es claro que el tiempo de la Razón como única opción
válida del reconocimiento humano ha cedido el paso a diversas manifestaciones del
pensamiento que reconocen en ella los logros alcanzados en el dominio de la naturaleza y la construcción de estructuras
de organización social pero le critican seriamente el desconocimiento de los
otros ámbitos de la condición humana que no son cuantificables ni posibles de
ser controlados con los métodos de la ciencia positiva. Igualmente se le
reclama a la ciencia su poca eficacia en las soluciones efectivas a los problemas de la humanidad y su dedicación
al desarrollo de complejas e innumerables teorías que pusieron al Ser Humano en la
condición de Objeto a favor de la solución de problemas para la ciencia misma;
es decir, una ciencia de espaldas al Desarrollo Humano, desconociendo el
principio y fundamento de su razón de ser.
Sin embargo, no se trata de desconocer totalmente a
la Razón como principio regulador de la acción humana sino de establecer los
ámbitos propios de su influencia y sobre todo de la forma que esta tiene en su
proceso constitutivo: como Razón Dialógica. Es decir, como producto de las
relaciones comunicativas que las personas entablan en la construcción de sus Mundos
de Vida y no como Razón Monológica centrada en un individuo solitario y aislado que solo se
piensa a sí mismo.
Esta discusión, en torno a la crisis de la época moderna,
ha dejado constancia sobre la objetivación del Sujeto y se ha señalado la
necesidad de construir nuevas miradas a los procesos del Desarrollo Humano reclamando,
desde la segunda parte del siglo XX, a las distintas disciplinas sociales el
desarrollo de nuevas formas para la comprensión de lo humano para posicionarlo
como protagonista y eje central de los procesos de Desarrollo.
Esta vuelta de la mirada hacia el Ser Humano como Sujeto,
pone en el centro de discusión el tema de los Derechos Humanos, como expresión
de una práctica de vida que se orienta por las formas de representación del
Mundo. De esta manera podemos comprender cómo los Derechos Humanos, que surgen
en correspondencia de una concepción individualista del mundo se fueron
complementando con reconocimientos de orden social, económico y ambiental para
finalmente adoptar una postura de integralidad centrada en la complejidad de la
vida humana. A esto se refiere el concepto de Desarrollo.
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