Llevar el evangelio a los más pobres entre los pobres, ese era el sentir de ese grupo de misioneros que llegados de Italia vivían su experiencia de Cristo en el corregimiento de pasacaballos (Cartagena) y otras catorce comunidades asentadas en las cercanías del canal de Dique.
Misioneros de la Consolata. Portadores del Consuelo de la Virgen María hacia los más necesitados del mundo. Pregoneros de la fe a través de acciones concretas orientadas a la formación de niños y jóvenes, la promoción de la salud y la construcción de espacios dignos para que la vida transcurra en plenitud.
Misioneros y Misioneras de la Consolata, acompañados de la Madre Herlinda, una religiosa austríaca que abandonó su orden para quedarse en la comunidad Pasacaballera, llevando alegría y sufriendo persecuciones por ponerse del lado de los más pobres. (https://fundacionmadreherlindamoises.org.co/madreherlinda/)
En ese ambiente me encontraba a finales de la década de los 80's con once jóvenes más de diferentes regiones del País, explorando nuestra vocación misionera. Una experiencia que daría un giro a mi vida, ampliando mis horizontes de mundo y permitiéndome construir nuevos significados sobre la realidad.
La vida de los Padres era muy agitada. Se despertaban temprano para hacer sus oraciones y llenarse de vitalidad para hacer sus recorridos por las calles polvorientas o fangosas; atendiendo diversas situaciones, celebrando la vida en la eucaristía o despidiendo a los muertos con rituales que mezclaban la tradición católica con mitos y leyendas propias de la cultura afrocolombiana de ese lugar.
Algunas noches, mientras conversábamos con los otros jóvenes del pueblo con la recocha propia del Ser costeño y la malicia de la juventud, notaba la luz encendida del despacho donde trabajaban los padres (Salvador, Vicente y Juan Bautista) que habían entregado su vida a la misión ad-gentes; entonces llegaba alguna persona con angustia o dolor, tocaba, hablaba con el Padre y éste salía a atender la situación; más tarde llegaba y continuaba en su trabajo. Ese hecho siempre lo interpreté como el verdadero amor de Padre. Es decir, alguien que sin importar lo que este haciendo tiene la paciencia para dejar su trabajo y atender a sus hijos; alguien que antepone las necesidades de sus hijos a sus obligaciones formales.
Después que abandoné mi formación como misionero, siempre me pregunté si alguna vez habría algo más grande que yo por lo cual abandonaría mis obligaciones para atender su necesidad, sin refunfuñar ni vociferar, sino con amor, aunque eso implicará más trasnocho, más cansancio o más presión. Cuando nacieron mis hijos y teniendo el privilegio de acompañarlos en su crecimiento, finalmente lo comprendí. El amor de un padre es incondicional, un servicio constante que implica sacrificios y desvelos, pero que se entrega con alegría y plenitud. El verdadero rol de un Padre es una vocación de Amor y Servicio.
3 comentarios:
Son muchas las reflexiones que traemos de nuestras vivencias . El amor de padres es algo que no sabremos entender y valorar sino hasta cuando somos padres. Saludos.
Grata remenbranza del testimonio de entrega al servicio de quienes asumen el mandato de ir a hacer discipulos a todas las naciones desde el verdadero amor, el amor de Dios.
Valiosa reflexión sobre la paternidad que nace del amor incondicional, del amoroso trastorno de nuestras vidas cuando nos hacemos padres, rol sobre el que tantas veces necesitamos volver nuestra mirada al amor que realmente edifica, el amor de Dios.
La naturaleza marca esos vinculos y se fortalecen con el desarrollo de buscar mejores seres en el devenir de la misma sociedad. Cada sociedad crea improntas propias, pero lo innato se mantiene en el afecto, que es la expresión de la vida que se prolonga
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