lunes, 16 de junio de 2025

EL DESAFÍO DE SANAR


El disparo que intentó silenciar a Miguel Uribe Turbay el 7 de junio no solo perforó un cuerpo: estremeció a un país que ya caminaba sobre cristales de polarización. Mientras el senador lucha por recuperarse en la Fundación Santa Fe, miles de ciudadanos vestidos de blanco recorrieron las principales ciudades del país en una marcha del silencio que quiso ser plegaria, pero también un grito ahogado contra la violencia política.

El atentado ocurrió justo cuando el discurso público se alimenta de frases huecas y el debate nacional parece más un duelo de consignas que un ejercicio de ideas. No fue solo un ataque: fue el espejo de nuestra crispación. En redes, los bandos se cruzaron acusaciones y teorías. En las plazas, los megáfonos volvieron a dividir al país entre “los de Petro” y “los de Uribe”. Las palabras, otra vez, se usaron como trincheras. Pero la balística no distingue hashtags ni colores partidarios. Las heridas abiertas atraviesan el relato nacional y nos recuerdan que cada disparo se alimenta del odio que lo precede.

En medio de esta tormenta, los jóvenes asoman como bisagra entre la indignación y la esperanza. El primer capturado tras el ataque fue un menor de edad; un hecho que deja al desnudo la facilidad con que se recluta una rabia sin horizonte. Pero también fueron jóvenes, estudiantes, artistas y deportistas, quienes alzaron banderas y carteles el 15 de junio para exigir un país donde la diferencia no se castigue con balas. Esa doble presencia subraya nuestra encrucijada: la juventud puede ser carne de cañón o semilla de reconciliación, según el relato que la sociedad le ofrezca.

¿Qué viene para Colombia? Si seguimos sosteniendo la conversación con etiquetas, nos espera un eco interminable de agravios. Pero si transformamos el estupor en exigencia ética, tal vez podamos rescatar la política como pacto, no como combate. Eso exige que cada quien, desde su trinchera generacional, escriba el próximo capítulo con menos consignas y más diálogo: que el gobierno deje de nombrar la paz como eslogan y la convierta en hoja de ruta verificable; que la oposición abandone la nostalgia del miedo y proponga alternativas claras; que los jóvenes se apropien de la democracia no solo marchando, sino vigilando, deliberando y votando con criterio.

La palabra, igual que la bala, viaja lejos: una mata mientras la otra convoca. De nosotros depende cuál prevalezca.


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