lunes, 9 de junio de 2025

UNA CAUSA SAGRADA

Miguel Uribe tenía cinco años cuando su madre, Diana Turbay, murió en medio de un fallido intento de rescate. Fue una víctima más de una época oscura donde el Estado y el crimen se disputaban la muerte como si fuera botín de guerra. Treinta y tres años después, ese niño, hoy padre, esposo, senador, ha vuelto a encontrarse con el filo de la violencia. Un atentado reciente, todavía sin claridad sobre su estado de salud, nos recuerda lo que no debería olvidarse nunca: la vida humana es sagrada.

No porque lo diga un dogma ni una constitución, sino porque sin ella no hay nada. Ni justicia, ni política, ni reconciliación. Todo comienza y termina con ese hecho elemental.

Este atentado no se explica con trincheras ideológicas, pues lo que está en juego aquí no es una agenda de partido, sino el principio más básico de toda sociedad civilizada: nadie merece morir por pensar distinto. Que aún tengamos que repetirlo, que aún sea necesario escribirlo, es una prueba del extravío moral en el que seguimos atrapados.

Podríamos limitar nuestra reacción al rechazo, a la condena pública, a la exigencia de resultados. Y tendríamos razón. Pero hay algo más urgente: preguntarnos cómo es posible que, tres décadas después, la política siga siendo un oficio de riesgo en Colombia.

A Miguel no le disparó un enemigo extranjero ni una mano fantasma. El intento de asesinarlo fue ejecutado, según la información preliminar, por un joven de 15 años. Y eso duele aún más. Porque cuando la juventud aprende a usar un arma antes que la palabra, hemos fracasado como sociedad.

No se trata de justificar al victimario, pero sí de mirar el fondo. ¿Cómo llegamos al punto en que a un joven colombiano le parece legítimo quitarle la vida a otro, solo porque representa algo que no comparte? ¿Qué pedagogía del odio lo formó? ¿Qué clase de sociedad enseña a sus jóvenes que matar tiene más sentido de discutir los argumentos?

Hay épocas en las que la historia parece cansada, incapaz de ofrecer caminos nuevos. Pero incluso allí, cuando todo parece absurdo, queda una responsabilidad ineludible: resistir al asesinato como forma de expresión. Defender la vida, no como consigna, sino como principio. Porque todo lo que se construye sobre la muerte está condenado al derrumbe.

El caso de Miguel Uribe, más allá del drama personal, que ya es profundo, nos llama a lo colectivo. No hay democracia donde se premia el silencio ni sociedad decente donde se ejecuta al que habla. Quien justifica el asesinato por diferencias políticas ya no milita en ningún bando: habita la barbarie.

Hoy no sabemos con certeza si Miguel está fuera de peligro. Lo que sí sabemos es que su vida, como la de cualquier otro, merece ser defendida sin matices, sin peros ni cálculos. Porque si algún día Colombia se salva, no será por un caudillo ni por un discurso, sino por los ciudadanos que, a pesar de todo, siguen eligiendo la vida como única causa sagrada.



4 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias querido amigo por estas palabras. Los que estamos del lado de la vida siempre nos encontraremos más allá de discursos e ideologías políticas. Como ciudadana y en cualquier rol, mi principio siempre...proteger la vida!

Anónimo dijo...

🙏👍

Elizabeth Torres Rodríguez dijo...

💚

Anónimo dijo...

Quienes ordenaron este horrible acto criminal saben que una chispa puede generar un gran incendio, y seguramente lo esperan. La creciente polarización que vive el país es el escenario para que eso pueda suceder. Esperemos que Miguel Uribe logre recuperarse y que este acto de barbarie sirva de punto de inflexión y de reflexión, especialmente entre las clases dirigentes de todo tipo, y para todos los ciudadanos y ciudadanas, que nos pueda detener antes del abismo.