sábado, 29 de noviembre de 2025

LA GESTIÓN SOCIAL EN PROYECTOS DE ALTO IMPACTO: Cambiamos o Morimos

El problema no está en la ingeniería, está en la forma de conocer y tratar el territorio. Es un problema epistemológico.

Desde la técnica, el territorio es un conjunto de coordenadas, niveles de servicio, mapas de riesgo y tiempos óptimos de desplazamiento. Una variante es un trazado más eficiente; un túnel, una solución elegante a un obstáculo geográfico; un rediseño, un ajuste racional a nuevas proyecciones de tráfico. Todo parece ordenado, limpio y controlable.

Pero para quienes habitan ese territorio, lo que importa es la red de relaciones, memorias y lealtades. Es la tienda donde se negocian favores, el patio donde se conversa al final de la tarde y ese desfile de voces que funciona como noticiero local. La distancia no es un número en kilómetros, sino una experiencia entre estar “cerca” o “lejos” y  depende de si hay caballo, mula, moto o se va a pie. Esa lógica del espacio vivido no cabe en el SIG ni entra completa en una matriz de impacto.

Cuando modificamos accesos, hacemos un retorno, una variante  o construimos un túnel, no solo intervenimos una estructura física, sino que afectamos la perspectiva, los horizontes de mundo y el Sentido de las cosas que las comunidades han construido a lo largo de los años y de generaciones. Lo que era paso obligado se vuelve borde marginal y lo que estaba “a la mano” se convierte en un rodeo costoso. A veces no se ve de inmediato en los informes, pero sí en el bolsillo del pequeño comerciante, en la rutina de quien madruga más y en la autoestima de una comunidad que siente que se quedó “por fuera” del transcurrir de su propia vida.

El verdadero problema aparece cuando el proyecto solo reconoce como “real” lo que puede medir. Si algo no está en el plano o en la modelación de tráfico, simplemente no existe. Así se invisibilizan recorridos cotidianos, pactos informales, lógicas de vecindad y jerarquías simbólicas. Por eso, casi siempre, la gestión social llega tarde, en modo reactivo, como bombero ante un edificio en llamas…entonces se repite el libreto de siempre: “la comunidad no entiende”, “se dejan manipular”, “hay intereses políticos”.

Sin embargo, rara vez nos preguntamos con honestidad: ¿qué dejamos de ver porque nuestro enfoque fue demasiado estrecho?

La gestión social no puede seguir siendo un anexo correctivo ni una lista de actividades de mitigación. Tiene que convertirse en un componente epistemológico del proyecto: una forma distinta de conocer el territorio y sus espacios antes, durante y después de la obra. Esto significa incorporar saberes locales, reconocer trayectorias sociales y leer los impactos más allá de lo técnicamente previsto.

Cambiar el paradigma no es un lujo: es cuestión de supervivencia. O aprendemos a escuchar distinto, a mirar el espacio con los ojos de quienes lo habitan, o nuestros proyectos seguirán siendo técnicamente impecables pero socialmente frágiles: “Cambiamos o Morimos”




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