- Debes de estar cansado de permanecer inmóvil en este solitario campo —le dije un día a un espantapájaros.
-
La
dicha de asustar es profunda y duradera; nunca me cansa —me respondió.
Tras un minuto de reflexión, le comenté:
-
Es
verdad; yo también he conocido esa dicha.
-
Sólo
quienes están rellenos de paja pueden conocerla —me dijo.
Entonces,
me alejé del espantapájaros, sin saber si me había elogiado o menospreciado. Pasó
un año, y el espantapájaros se había convertido en filósofo. Cuando volví a
pasar junto a él, vi que dos cuervos habían anidado bajo su sombrero. (Gibran, K.)
El espantapájaros vive seguro, blindado por la ignorancia
y la rutina. La paja le protege del vértigo de la libertad y lo aísla de la
incertidumbre. No se pregunta por el sentido de su función; su alegría no
proviene de la plenitud, sino de la ausencia de conflicto. Es la serenidad
hueca de quien nunca se contradice. ¿Quién podría envidiarlo? Ninguno… o tal
vez todos… en algún momento.
El
tiempo pasa… y el silencio del campo, la sucesión de los días y de las
estaciones provocan una grieta imperceptible en su estructura…algo se fisura en
su interior. Lo que era certeza comienza a resquebrajarse… y de repente, un día
deja de asustar. Ya no le basta con cumplir; necesita entender… se volvió
filósofo.
Bajo su
sombrero, donde antes anidaba el orgullo, ahora anidan dos cuervos... Lo que
fue un signo de amenaza se convierte en refugio… lo que fue barrera se
transforma en puente. El espantapájaros deja de ser instrumento y se convierte
en morada. Ya no es aquel guardián distante, sino el anfitrión de lo otro, de
lo inesperado, de lo que llega sin permiso.
Quizá el
verdadero peligro no está en pensar, sino en quedarse lleno de paja… en esa
comodidad que nos impide sentir, en la rutina que nos separa de lo vivo. El
placer del espantapájaros se transmuta; deja de ser la satisfacción ciega del
deber cumplido para convertirse en un espacio donde la vida, impredecible y
ajena, puede posarse y transformar.
Dejemos
a los cuervos que aniden en nuestras certezas, que nuestras seguridades se
fisuren… que nos habite el asombro. Porque todos, en el corazón o en la cabeza,
llevamos un espantapájaros adormecido.
Al final, no es el cuervo
quien decide dónde anidar, sino la grieta quien le abre paso. Y tal vez, en esa
espera silenciosa… a la intemperie, esté la más profunda de las dichas: no la de
espantar, sino la de ser habitados.
10 comentarios:
Excelente narrativa, mejor reflexión!
Alvarito, gracias por esta metáfora, nos hace reflexionar.
Somos moldeados por las circunstancias, el aprender y desaprender, así como de la experiencia.
Me gusta leerte Alvarin, y gracias porque el texto me transforma y me mueve del confort constante.
Álvaro muchas gracias muy buena reflexión.Saludos
Álvaro, gracias. Un texto que nos lleva a reflexionar en torno a las vivencias íntimas.
Nuestros propios miedos nos han empoderado para asustar.
La introspección nos puede llevar a romper con el hacer por hacer y dar un sentido reflexivo a los actos.
Vivir, mas allá del estereotipo, no asustarnos y dejar de asustar.
Un abrazo.
👌
Muy oportuna analogía con nuestra postura actual de Colombianos..
Gracias Alvarito
Me suena, me suena. Gracias por llamar la atención
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